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—No es t a n malo -les dije-. Uno
nota nada, no duele..., yo me siento igii.il
que antes.
Seve se iba animando, porque ya no es
taba blanco.
—Entonces... ¿es que nos hemos m u c i i n
todos?¿Los cu-atro? -preguntó.
—Seguro.
Pero me fijé que José Ignacio, que siciii
pre piensa en todo, se pellizcaba en UM;I
mano, que es l o que suele hacerse para sa
ber si se está dormido odespierto. Pero Icdije que la muerte no es lo mismo, que se
fijara bien y se convenciera de una vez que,
si yo estaba muerto y podía hablar con
ellos, era porque también ellos se habían
muerto.Pero el muy tonto se resistía, no
quería morirse por nada.
—Yo no me imaginaba que se pudieran
ver unos a otros.
— N i yo, pero ya ves que sí. ¿Tú me ves
a mí?
—Con toda claridad.
—¿Entoncesqué?
José Ignacio es así. Parecía que le había
sentado mal eso de morirse. Para disimular,
dijo que a ver ahora quién pegaría a la
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para que volviera con el
tt iti,
.il fin y al cabo erauna buena
\r nosotros iba a quedarse sin
»

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.nica

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miró con cara de mucho rencor,
...(MM
M
nosotros, y no él, hubiéramos toMMilii
picstada la muía de Jacinto.
Vi> lo que mepregunto es dónde están
ItiM t t d o s -dijo de pronto Rodríguez,
/(^nc otros?
I,()s otros muertos.
I r i M . i razón. Tenía que haber muertos.
Mmlios más muertos. Sabíamos de mucha
l i l ec]ue se había muerto antes que no^ i M i o s , y en algún sitio tenían que estar,
M l o por allí no se veía ninguno. E l se ha• 1.1 empeñado en que le gustaría encontrar
I MI tío Valentín,porque su padre decía
(|iu- tuvo que dejar una fortuna escondida
n i casa, pero no la habían podido encontrar
por más que miraron por todas partes.
-Quiero preguntarle dónde la guardó.
Mi padredecía que no quería saber nada
lie guardar su dinero en los bancos y todo
lo tenía en casa. Pero solo encontraron
ciento setenta pesetas en el bolsillo de sus
|xmtalones.
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lili',

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