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Gilberto Rendón Ortiz
En los altos vientos de junio los tzitzimime, pequeños espantajos de aire, revolotean asustados. La noche es tan oscura que no se ven más que susojitos, rojos como brasas, abiertos y vigilantes.
En el profundo silencio de la noche sólo se escucha “tiquitiquitiqui”, el castañear de sus dientecitos afilados. Tiquitiquitiqui, o si notiquitacatiquitaca, una vez y otra vez la tembladera. El aire mismo está cargado del perfume de las flores ponzoñosas del pantano, de efluvios malignos y de vapores infestados de fragancias soporíferas y malsanas.
―Brrr, hasta frío hace ― susurran los espantajos con renovado espanto.
Y es que la noche que envuelve al bosque con su negrura es la noche tan esperada por la bruja de las brujas, la señoraTlahuipochtli, para cobrarse venganza de todas las diabluras de los pequeñajos. Y claro: es la noche tan temida por los pobres diablos de tzitzimime.
Uno se ha disfrazado de estrella fugaz y otro deluciérnago enamorado cintilando sobre las negras flores en un vano intento de escapar. Pero, ay, ningún disfraz del mundo los puede poner a salvo de Tlahuipochtli, y en ningún escondite es posiblelibrarse de los extraños poderes de la bruja. ¡Los tiene verdaderamente en sus huesudas manos!
En el bosque nublado el espanto de los tzitzimime es un escalofrío danzarín. De pronto…¡uuuuuu! una rachahelada de viento hace estremecer la cauda vaporosa de los espantajos.
― ¡La Bu!― exclaman.
Algunos estornudan, otros se abrazan temblando y el resto se suena las narices. Y con el ulular delviento se escucha una horrible risotada:
―¡Jajajajaja!― larga larga en un tono macabro que lo asemeja a un relincho de caballo.
―¡Ay nanita!― responden con lloriqueos los tzitzimime ―. ¡Hoy sí nos llevael tren de Apizaco!
―¡Ojalá, pero por aquí no pasa!
La luna ha aparecido entre las nubes, indecisas y macilentas, para alumbrar el vuelo de la bruja.
Los tizimime, mordiéndose las uñas, miran...
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