informe

Milagro a los 40

La claridad comenzaba a dar color a la habitación cuando Magda ya había terminado de ordenar la ropa y se disponía a levantar a los niños. Mecanicamente pasaba por las habitaciones y repetía sin entusiasmo la cantinela que del uso había perdido ya la armonía de sus notas. Rieles la conducían a ella y a sus hijos del dormitorio al baño, al salón a la puerta, que acaba porcerrarse como un telón que cae sin la esperanza de volver a levantarse. Hacía años que en su casa un universo en miniatura giraba en torno a ella. Mil veces hubiera quemado a Copernico y mil le hubiera pedido a Galileo un sitio en su sonda. Centripeta y en chándal el día la esperaba en cada uno de los pocos metros cuadrados de su casa. En lucha continua contra la entropía, encontraba en la fe unaliado. Padre Romero la había persuadido para colaborar dando catequesis en la parroquia. Sin casi darse cuenta se encontró en la sección de oportunidades del Corte Inglés comprando un traje de dos piezas y una camisa de color fucsia, porque no es lo mismo ser catequista que monja. Después del primer curso vino el segundo, y dos horas a la semana pasaron a cuatro y seis. Las fotocopias que al comienzoleía como quien recita el ave maría dejaron paso a un discurso improvisado, dictado a los ojos de aquellas niñas con las que comenzó a sentir que compartía el futuro. En su casa la ropa sucia comenzó a hacer montañas mientras que en la iglesia el padre Romero le hablaba de San Juan de la Cruz y de un cervatillo que corría por los prados, de éxtasis y de orbitas en blanco. Ella se imaginaba asanta Teresa presa de tal regocijo y se acordaba de las películas del Plus que su marido veía de forma religiosa todos los viernes de madrugada. Fue entonces cuando por primera vez sintió el cosquilleo de querer llegar a Dios.
Ya sea por los padrenuestros o por los fritos Dios la había escuchado y había llamado con él a su Francisco. Y como Jesús cuando algo te quita algo te da, había puesto en sucamino al padre Romero. Seminarista de vocación, teólogo frustrado y marinero enmendado, Magda no vio una misa de difuntos cantada con más sentimiento. Con el escapulario siempre en el pecho había comenzado a confesarse también los viernes, cuando más se acordaba de su difunto marido. Toda penitencia se le hacía dulce y ni credos ni yo pecadores daban alivio a un corazón acelerado a ritmo depadrenuestros. Por el contrario, la desazón apretaba su pecho y solo las palabras serenas del padre conseguían aplacar su angustia que se trasmutaba en un húmedo fluir cristalino, hecho manantial a la espera del milagro de la carne. Buscaba su presencia aún en soledad, se imaginaba el roce breve de sus labios con sus dedos al recibir la sagrada hostia de su primera comunión, las caricias de su manosobre su rostro el día de su confirmación, abrazada por sus brazos en las aguas del Jordán y bajo su hisopo dorado en el postrer de sus días. En cada sacramento era mayor su estremecimiento, su respiración se entrecortaba en el amén, su fe la consumía. Como Moises en las aguas se sentía a la deriva de una pasión que la trasportaba al mundo de lo divino llevándose consigo parte de lo humano y así, conel alma anfibia y un escote palabra de honor decidió que había llegado la hora de dar asalto al paraíso.
Padre Romero había dormido mal esa noche, en un sueño de angustia se descubría desnudo oficiando una misa en la que los feligreses permanecían figuras de cera al tiempo que él permanecía inmóvil, encadenado al altar por unos hilos invisibles, mientras la mirada fija de una Dolorosa clavabasus pupilas en lo más intimo de su desnudez. Desde su entrada en el seminario este sueño se repetía y ni oraciones ni rosarios habían conseguido que desaparecía, bien al contrario en los últimos meses se repetía más a menudo y el despertar al que daba paso era vivido con un plus de ansiedad cuando creía reconocer, sentada en un banco de la primera fila, a Magda, su catequista. Su fe, que como una...