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EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
TRES COMENSALES ADMIRADOS DE COMER JUNTOS
Al llegar la carroza ante la puerta primera de la Bastilla, se paró a intimación de un centinela, pero en
cuanto D'Artagnan hubo dicho dos palabras, levantóse la consigna y la carroza entró y tomó hacia el patio
del gobierno.
D'Artagnan, cuya mirada de lince lo veía todo, aun al través delos muros, exclamó de repente:
--¿Qué veo?
--¿Qué veis, amigo mío? --preguntó Athos con tranquilidad.
--Mirad allá abajo.
--¿En el patio?
--Sí, pronto.
--Veo una carroza; habrán traído algún desventurado preso como yo.
--Apostaría que es él, Athos.
--¿Quién?
--Aramis.
--¡Qué! ¿Aramis preso? No puede ser.
--Yo no os digo que esté preso, pues en la carroza no va nadie más.--¿Qué hace aquí, pues?
--Conoce al gobernador Baisemeaux, --respondió D'Artagnan con socarronería: --llegamos a tiempo.
--¿Para qué?
--Para ver.
--Siento de veras este encuentro, --repuso Athos, --al verme, Aramis se sentirá contrariado, primera-
mente de verme, y luego de ser visto.
--Muy bien hablado.
--Por desgracia, cuando uno encuentra a alguien en la Bastilla, no hay modo deretroceder.
--Se me ocurre una idea, Athos, --repuso el mosquetero; -- hagamos por evitar la contrariedad de Ara-
mis.
--¿De qué manera?
--Haciendo lo que yo os diga, o más bien dejando que yo me explique a mi modo. No quiero recomenda-
ros que mintáis, pues os sería imposible.
--Entonces?...
--Yo mentiré por dos,, como gascón que soy.
Athos se sonrió.
Entretanto la carroza se detuvo alpie de la puerta del gobierno.
--¿De acuerdo? --preguntó D'Artagnan en voz queda,
Athos hizo una señal afirmativa con la cabeza, y, junto con D'Artagnan, echó escalera arriba.
--¿Por qué casualidad?... --dijo Aramis. --Eso iba yo a preguntaros,--interrumpió D'Artagnan.
--¿Acaso nos constituimos presos todos? --exclamó Aramis esforzándose en reírse.
--¡Je! eje! --exclamó el mosquetero,--la verdad es que las paredes huelen a prisión, que apesta. Señor
de Baisemeaux, supongo que no habéis olvidado que el otro día me convidasteis a comer.
--¡Yo! --exclamó el gobernador.
--¡Hombre! no parece sino que os toma de sorpresa. ¿Vos no lo recordáis?
Baisemeaux, miró a Aramis, que a su vez le miró también a él, y acabó por decir con tartamuda lengua:
--Es verdad... me alegro...pero... palabra... que no... ¡Maldita sea mi memoria!
--De eso tengo yo la culpa, --exclamó D'Artagnan haciendo que se enfadaba. --¿De qué?
--De acordarme por lo que se ve.
--No os formalicéis, capitán, --dijo Baisemeaux abalanzándose al gascón; --soy el hombre más des-
memoriado del reino. Sacadme de mi palomar, y no soy bueno para nada.
--Bueno, el caso es que ahora lo recordáis, ¿no eseso? --repuso D'Artagnan con la mayor impasibili-
dad.
--Sí, lo recuerdo,--respondió Baisemeaux titubeando.
--Fue en palacio donde me contasteis qué sé yo que cuentos de cuentas con los señores Louvieres y
Tremblay.
--Ya, ya. --Y respecto a las atenciones del señor de Herblay para con vos.
--¡Ah! --exclamó Aramis mirando de hito en hito al gobernador, --¿y vos decís que no tenéis memoria,señor Baisemeaux?
--Sí, esto es, tenéis razón, --dijo el gobernador interrumpiendo a D'Artagnan, --os pido mil perdones.
Pero tened por entendido señor de D'Artagnan que, convidado o no, ahora y mañana, y siempre, sois el amo
de mi casa, como también lo son el señor de Herblay y el caballero que os acompaña.
--Esto ya lo daba yo por sobreentendido, --repuso D'Artagnan; --y como estatarde nada tengo que
hacer en palacio, venía para catar vuestra comida, cuando por el camino me he encontrado con el señor
conde.
Athos asintió con la cabeza.
--Pues sí, el señor conde, que acababa de ver al rey, me ha entregado una orden que exige pronta ejecu-
ción; y como nos encontrábamos aquí cerca, he entrado para estrecharos la mano y presentaros al caballero,
de quien me...
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