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R.L. Stevenson La Resaca
PARTE I EL TERCERO I NOCHE EN LA PLAYA Por toda la extensión de las islas del Paco, hombres dispersos, de muchas razas europeas, y salidos de casi todas las clases sociales, llevan el impulso de su actividad y diseminan enfermedades. Unos prosperan, otros vegetan. Los hay que han escalado las gradas de un trono y poseen islas y armadas. Muchos de ellostienen que casarse para vivir, y una lozana y jocunda dama de color de chocolate los sustenta en pura ociosidad; y, vestidos a usanza indígena, pero conservando todavía algún rasgo extranjero en su indumento o en sus modales, acaso una sola reliquia––un monóculo, por ejemplo–– del oficial y del caballero de otro tiempo, pasan la vida tumbados, a la sombra de las verandas techadas con hojas de palmera,y entretienen a una tertulia de isleños con los recuerdos de los teatros de variedades. Y aun hay otros, menos acomodaticios, no tan avispados, de peor suerte o quizá menos viles, a los que les sigue faltando el pan en aquellas islas de la abundancia. En el extremo de la ciudad de Papeete, tres de estos últimos estaban sentados bajo un árbol ––un purao— , en la playa. Era tarde Ya hacía tiempoque la banda militar, terminado el concierto, se había marchado tocando por el camino, con una abigarrada tropa de hombres y mujeres, empleados de comercio y oficiales de marina, bailando a su zaga, los brazos en torno de los talles, y adornados con guirnaldas. Ya hacía tiempo que la oscuridad y el silencio habían ido avanzando de casa en casa por la minúscula ciudad pagana. Sólo resplandecían losfaroles de las calles formando halos fosforescentes entre el follaje de las umbrosas avenidas, o trazando trémulos reflejos en las aguas del puerto. Un zumbar de ronquidos se oía por todo el muelle del Gobierno, entre las pilas de madera. Llegaba hasta la costa desde los pailebots, esbeltos y finos cúters, fondeados todos juntos como botecillos, con las tripulaciones tendidas sobre las cubiertas,bajo el cielo estrellado, o amontonadas en improvistas tiendas de lona entre el desorden de las mercancías. Pero los que estaban bajo el purao no tenían pensamiento de dormir. La misma temperatura en Inglaterra no hubiera chocado en pleno estío, pero era cruelmente fría para el Mar del Sur. La naturaleza inanimada se daba cuenta de ello, y el aceite de coco estaba helado en la botella en todas lascasas, a estilo de jaulas, de la isla; y aquellos tres hombres lo sentían también y tiritaban. Llevaban livianas ropas de algodón, las mismas en que habían sudado por el día y aguantado los aguaceros tropicales; y para colmar su cuita, no habían desayunado, habían pasado por alto de comida y les había faltado la cena. Según la expresión corriente en el Mar del Sur aquellos tres hombres estabansobre la playa. La común desgracia les había hecho juntarse, reconociéndose por los tres seres más miserables, de habla inglesa, en Tahití; y más allá de su miseria, cada uno de ellos apenas sabía nada de los otros dos, ni siquiera sus verdaderos nombres. Los tres habían hecho un largo aprendizaje en su camino hacia la ruina; y cada uno de los tres, en alguna etapa de su caída, se había vistoobligado, por vergüenza, a adoptar un alias. Y sin embargo, ninguno de ellos había comparecido nunca ante un Tribunal de justicia; dos, eran hombres de amables virtudes, y uno de éstos, sentado allí arrecido, bajo el purao, guardaba en el bolsillo un destrozado "Virgilio". Verdad es que si hubiera sido posible sacar dinero del libro, Robert Herrick habría ya sacrificado, mucho tiempo antes, aquella suúltima posesión; pero la demanda de literatura, tan característica en algunas partes del Pacífico, no se extiende hasta las lenguas muertas; y más de una vez el "Virgilio", que no podía trocarse por una comida, le había consolado del hambre. Lo repasaba tendido a la larga, y con el cinturón apretado, en el suelo de la antigua prisión, buscando pasajes favoritos y descubriendo otros nuevos que sólo...
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