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Siete en punto sonó el gran reloj de la Bastilla, el famoso reloj, que, como todos los accesorios de la prisión estatal, el uso mismo de que es una tortura, recordó a las mentes de los prisionerosdel destino de cada hora de su castigo. El tiempo de piezas de la Bastilla, adornado con figuras, como la mayoría de los relojes de la época, representaba St. Peter en bonos. Era la hora de la cena delos infortunados cautivos. Las puertas, rejas en sus enormes bisagras, abierto para el paso de las cestas y bandejas de provisiones, la abundancia y la delicadeza de los cuales, como el señor deBaisemeaux mismo nos ha enseñado, fue regulada por la condición en la vida de los presos. Entendemos sobre este punto las teorías de M. de Baisemeaux, dispensador soberano de delicias gastronómicas,cocinero jefe de la fortaleza real, cuyas bandejas, lleno-cargado, subían las empinadas escaleras, llevando consuelo a los presos en la forma de honestidad botellas llenas de buenas cosechas. Esta mismahora fue el de la cena del señor Le Gouverneur también. Él tenía un invitado a día, y la saliva se volvió más fuerte que de costumbre. Perdices asadas, flanqueados con codornices y flanqueando una liebremechada, aves cocidas, jamón, fritos y rociados con vino blanco, cardones de Guipúzcoa y La ecrevisses sopa: estos, junto con las sopas y entremeses, constituyen el proyecto de ley del gobernador dela tarifa. Baisemeaux, sentado a la mesa, se frotaba las manos y mirando al obispo de Vannes, quien arrancó como un caballero, vestido de gris y espada al lado, no paraba de hablar de su hambre ytestificando la impaciencia más animada. M. de Baisemeaux de Montlezun no estaba acostumbrado a los movimientos inflexibles de su grandeza mi señor de Vannes, y esto Aramis tarde, cambiando vivaz, seofreció la confianza en la confianza. El prelado tuvo nuevamente un pequeño toque del mosquetero de él. El obispo sólo zanjó en los límites de la licencia única en su estilo de conversación. En cuanto...