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entre nosotros había, como ya he dicho en algún sitio, la obligación del mar. además de la propiedad de nuestros corazonestogueter durante los períodos largos de separación, esto tenía el efecto de fabricación de nosotros tolerante de cada hilos de otros - y aún la convicción.
el abogado lo mejor de viejos tenía, debidoa sus muchos años y muchas virtudes, el único cojín sobre la cubierta, y mentía sobre la única manta.
el contable había publicado ya una caja de dominós, y jugaba arquitectónicamente con los huesos.marlow sentó el derecho con las piernas cruzadas aft, apoyándose contra el mizzenmast. él tenía mejillas hundidas, una tez amarilla, un directo trasero, un aspecto ascético, y, con sus armas dejadascaer, las palmas de mano hacia afuera, se pareció a un ídolo. el director, satisfizo el ancla tenía el asimiento bueno, hizo su camino aft y se sentó entre nosotros. cambiamos unas palabrasperezosamente.
después había silencio a bordo el yate. por una u otra razón no comenzamos aquel juego de dominós. nos sentimos pensativos, y aptos para mirar fijamente nada más que apacible. el día acababa enuna serenidad de esplendor todavía y exquisito. el agua brilló pacíficamente; el esquí, sin una mota, era una inmensidad benigna de luz impecable; la niebla misma sobre los pantanos Essex se pareció auna tela brumosa y radiante, colgada de las subidas boscosas interiores, y cubriendo te bajo apuntala en pliegues de diaphanous.
sólo la penumbra al oeste, incubando los alcances superiores, se hizomás sombría cada minuto, como si enfadada por el acercamiento del sol. y por fin, en su caída curva e imperceptible, el sol se hundió bajo, y de brillar blanco cambiado a un embotado rojo sin rayos ysin el calor, como si sobre salir de repente, stricken a la muerte por el toque de aquella penumbra que incuba una muchedumbre de hombres. del corazón de oscuridad, por joseph Conrad

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