Irene
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Gustavo:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el libro y me miró un tanto extrañado.
-¿Estás segura?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo los apuntes que guardaba dentro del libro- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba elmate con mucho cuidado, pero él tardó un rato en reanudar su lectura. Me acuerdo que leía un libro de Julio Cortázar.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Los libros de literatura francesa de Gustavo, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Yo pensaba en una botella de Hesperidina de muchos años y cuantasmadejas que había guardado en los cajones del estante azul. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y mediapor ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Me acostumbré a ir con Gustavo a la cocina y ayudarlo a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras él preparaba el almuerzo, yo cocinaría platos para comer fríos de noche. zNos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastabacon la mesa en mi dormitorio y las fuentes de comida fiambre.
Yo estaba contenta porque me quedaba más tiempo para tejer. En cambio, Gustavo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero encontró en la colección de estampillas de papá un nuevo pasatiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en mi dormitorio que era más cómodo. A veces Gustavo me mostrabasus sellos, los cuales no me parecían tan impresionantes como él los describía Más lo eran los nuevos puntos que se me ocurrían, incluso logré hacer uno parecido a un trébol. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Gustavo decía que yo soñaba en alta voz y que no lograba habituarse a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de lagarganta. En cambio, los sueños de él consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eranlos rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o yo cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy...
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