Isabel Allende
RETRATO EN SEPIA
Editorial Sudamericana
Isabel Allende
Retrato en sepia
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito
que previene la ley 11.723.
© 2000, Editorial Sudamericana S.A.®
Humberto I 531, Buenos Aires.
www.edsudamericana.com.ar
ISBN 950-07-1886-3
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Isabel Allende
Retrato en sepia
ÍNDICE
PRIMERA PARTE............................................................................ 4
SEGUNDA PARTE 1880-1896 ...................................................... 44
TERCERA PARTE 1896-1910 ....................................................... 95
EPÍLOGO .......................................................................................140
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Isabel Allende
Retrato en sepia
PRIMERA PARTE
Vine al mundo un martesde otoño de 1880, bajo el techo de mis abuelos maternos, en San
Francisco. Mientras dentro de esa laberíntica casa de madera jadeaba mi madre montaña arriba con el
corazón valiente y los huesos desesperados para abrirme una salida, en la calle bullía la vida salvaje
del barrio chino con su aroma indeleble a cocina exótica, su torrente estrepitoso de dialectos
vociferados, su muchedumbreinagotable de abejas humanas yendo y viniendo de prisa. Nací de
madrugada, pero en Chinatown los relojes no obedecen reglas y a esa hora empieza el mercado, el
tráfico de carretones y los ladridos tristes de los perros en sus jaulas esperando el cuchillo del
cocinero. He venido a saber los detalles de mi nacimiento bastante tarde en la vida, pero peor sería no
haberlos descubierto nunca; podríanhaberse extraviado para siempre en los vericuetos del olvido.
Hay tantos secretos en mi familia, que tal vez no me alcance el tiempo para despejarlos todos: la
verdad es fugaz, lavada por torrentes de lluvia. Mis abuelos maternos me recibieron conmovidos –a
pesar de que según varios testigos fui un bebé horroroso– y me pusieron sobre el pecho de mi madre,
donde permanecí acurrucada por unosminutos, los únicos que alcancé a estar con ella. Después mi
tío Lucky me echó su aliento en la cara para traspasarme su buena suerte. La intención fue generosa y
el método infalible, pues al menos durante estos primeros treinta años de mi existencia, me ha ido
bien. Pero, cuidado, no debo adelantarme. Esta historia es larga y comienza mucho antes de mi
nacimiento; se requiere paciencia paracontarla y mas paciencia aún para escucharla. Si por el camino
se pierde el hilo, no hay que desesperar, porque con toda seguridad se recupera unas páginas más
adelante. Como en alguna fecha debemos comenzar, hagámoslo en 1862 y digamos, al azar, que la
historia empieza con un mueble de proporciones inverosímiles.
La cama de Paulina del Valle fue encargada a Florencia, un año después de lacoronación de
Víctor Emanuel, cuando en el nuevo Reino de Italia aún vibraba el eco de las balas de Garibaldi;
cruzó el mar desarmada en un transatlántico genovés, desembarcó en Nueva York en medio de una
huelga sangrienta y fue trasladada a uno de los vapores de la compañía naviera de mis abuelos
paternos, los Rodríguez de Santa Cruz, chilenos residentes en los Estados Unidos. Al capitán John
Sommersle tocó recibir los cajones marcados en italiano con una sola palabra: náyades. Ese robusto
marino inglés, del cual sólo queda un desteñido retrato y un baúl de cuero muy gastado por infinitas
travesías marítimas y lleno de curiosos manuscritos, era mi bisabuelo, como averigüé hace poco,
cuando mi pasado comenzó por fin a aclararse, después de muchos años de misterio. No conocí al
capitánJohn Sommers, padre de Eliza Sommers, mi abuela materna, pero de él heredé cierta
vocación de vagabunda. Sobre ese hombre de mar, puro horizonte y sal, cayó la tarea de conducir la
cama florentina en la cala de su buque hasta el otro lado del continente americano. Debió sortear el
bloqueo yanqui y los ataques de los confederados, alcanzar los límites australes del Atlántico, cruzar
las aguas...
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