J1_Nos Han Robado Una Esperanza
IGNACIO RAMONET
Estructurado en mallas de red, Internet, como se sabe, es más difícil de destruir que una
telaraña con una bala de fusil. Su protocolo es del dominio público y no pertenece a
ninguna firma comercial. Correo electrónico, foros de discusión y consulta de archivos son sus usos más frecuentes, rápidos, fáciles y relativamente baratos. Indestructible,
descentralizado, propiedad de todos, Internet ha hecho renacer el sueño de una comunidad
humana armoniosa, planetaria la de los internautas en la que cada uno se apoya en los
demás para perfeccionar sus conocimientos y agudizar su inteligencia. Estas características,
indiscutibles, no deben impedirnos reflexionar sobre los tres peligros que se ciernen hoy sobre Internet. En particular: una ilusión y dos amenazas.
La ilusión es la de la «democracia electrónica», esa idea que algunos teóricos expresan sin
precaución vaticinando que, en un futuro próximo, podremos votar tecleando simplemente
en nuestra computadora personal. Esta posibilidad electrónica, dicen, permitiría a los
ciudadanos intervenir directamente y sin intermediarios en la toma de decisiones políticas, y, sobre todo, les daría la posibilidad de contrarrestar la influencia de los grupos de presión
(lobbies) que acaparan para su único beneficio a la democracia.
Evidentemente, esta idea del cibervoto no deja de ser seductora. Pero conlleva grandes
peligros. El principal de ellos es el de restaurar el principio de la pasión en el terreno de la política. Imaginemos un referéndum sobre la pena de muerte organizado días después del
descubrimiento de un crimen particularmente horrendo. El resultado no ofrece dudas. La
democracia electrónica conduce directamente al linchamiento electrónico. La interactividad
inmediata puede convertirse así en un peligro multiplicador de cibercretinismo. Y lo que
parecía un progreso cívico deviene regresión política. Porque, contrariamente a lo que la moda de la instantaneidad y del tiempo real trata de imponer, la democracia supone
distancia entre los hechos y las decisiones, distancia que debe consagrarse a la reflexión, al
diálogo, al debate, con el fin de que, hasta en Internet, la razón triunfe sobre las pasiones.
Por otra parte, lo que amenaza a Internet es la tentación, cada vez más manifiesta, de los grandes mastodontes de la comunicación de apoderarse comercialmente de la «red de
redes». Los mercaderes se están lanzando al asalto de Internet porque ven en este nuevo
medio de comunicación una fuente inagotable de provechos. Para ellos, la era ciber sucede
a la era de la televisión, y, como ésta, debe generar beneficios a escala fabulosa. Así, el reciente acuerdo entre el gigante Microsoft y la cadena NBC (que pertenece a la General
Electric) para crear un canal de información continua (MSNBC) difundida simultáneamente
por cable y por Internet (primera boda de la computadora y la televisión) confirma la
voluntad de Bill Gates de controlar comercialmente Internet. Bill Gates ya había creado una
ciberrevista, Slate (La Pizarra), sofisticada y original, y se dispone a lanzar un ciberdiario, Cityscape, especializado en información de proximidad ciudadana y en anuncios por
palabras. Todos los gigantes de las telecomunicaciones AT&T, MCI, IBM, de los medios
de comunicación de masas TimeWarner, Rupert Murdoch, CNN, del ocio Walt Disney
y de la publicidad, se disponen a colonizar despiadadamente el ciberespacio. Actualmente, más del 25% de todos los sitios web de Internet son comerciales (de pago) y mucho más
numerosos que los de carácter educativo y universitario. Y a escala internacional, el acceso
a los servicios de Internet ya está masivamente controlado por dos firmas norteamericanas,
America Online y CompuServe. El sueño de un espacio de saber gratuito y de convivencia
a disposición de los ciudadanos se ha desvanecido.
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