Jack London Y Una Luz Azul

Ordenando ayer una de mis librerías, me he topado de pronto con un viejo ejemplar de La llamada de la selva, de Jack London. Me recuerdo leyendo ese libro hace ahora treinta y un años. Sé la fechaexacta –sólo el año, 1981- porque yo mismo me encargué de anotarla en la portada. Acompaña al año lo que pretende ser una firma: mis dos nombres y mi primer apellido, las tres "jotas" adornadastoscamente con un trazo por arriba que les da cierto aire a un anzuelo de pesca.
Me recuerdo leyendo de mañana, antes de ir al colegio, con una luz vivísima cayendo en diagonal sobre mi cama. Debía ser abrilo quizá mayo. Intentaba arañar unos minutos al deber inexcusable de la escuela y detener el tiempo al otro lado, en compañía del perro Buck, por los páramos nevados de Alaska. Ahora que lo pienso, eseste uno de mis recuerdos primeros -y sin duda el más intenso- relacionados con el placer de la lectura. Antes hubo otros, seguro, pero, tal vez por la escasa intensidad de lo leído o por mi propiodesinterés hacia ese acto, íntimo y solitario, no han permanecido en mi memoria y, al intentar recordarlos, solo veo una masa informe, sin color y ni contorno.
London fue el primero, está claro -miquerido London, mi admirado London-, con La llamada de la selva. Esta obra la conocí luego traducida como La llamada de la naturaleza o La llamada de lo salvaje, pero yo siempre preferí el título de miedición, con ese término -"selva”-, robusto, escueto y enigmático, que anunciaba emocionantes aventuras. Sí, London y sus paisajes nevados; London y sus personajes al límite, desarraigados; London, elescritor libre, borracho, suicida. Después leí otros muchos de sus títulos. Su Colmillo Blanco, su Peregrino de las estrellas, su Lobo de mar, sus inolvidables relatos del Yukón o de los Mares delSur... Más tarde, su Martin Eden, esa formidable autobiografía novelada que tradujo con hilo de oro Marta Salís hace unos años (yo la convencí para ello, y ella, a su vez convenció a Magrinyá,...