James Joyce Ulises

Páginas: 1133 (283201 palabras) Publicado: 11 de noviembre de 2015



James Joyce
Ulises

ÍNDICE

Episodio 1. «Telémaco»
Episodio 2. «Néstor»
Episodio 3. «Proteo»
Episodio 4. «Calipso»
Episodio 5. «Lotófagos»
Episodio 6. «Hades»
Episodio 7. «Eolo»
Episodio 8. «Lestrigones»»
Episodio 9. «Escila y Caribdis»»
Episodio 10. «Las Rocas Errantes»
Episodio 11. «Las Sirenas»
Episodio 12. «El cíclope»
Episodio 13. «Nausica»
Episodio 14. «Los Bueyes del Sol»»Episodio 15. «Circe»»
Episodio 16. «Eumeo»»
Episodio 17. «Ítaca»
Episodio 18. «Penélope»»


1

MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afei­tar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba de­licadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:-Introibo ad altare Dei.
Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente:
-¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!
Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemen­te tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazórápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormila­do, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fría­mente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido.
Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente.
-¡Al cuartel! dijoseveramente.
Añadió con tono de predicador:
-Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silen­cio, todos.
Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbi­do de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancosdientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contesta­ron en la calma.
-Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es su­ficiente. Corta la corriente ¿quieres?
Saltó de la explanada y miró gravemente a su avizorador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos del batín. La cara oronda sombreada y la adusta mandíbula ova­ladarecordaban a un prelado, protector de las artes en la edad media. Una sonrisa placentera despuntó quedamente en sus labios.
-¡Menuda farsa! dijo alborozadamente. ¡Tu absurdo nombre, griego antiguo!
Señaló con el dedo en chanza amistosa y se dirigió al pa­rapeto, riéndose para sí. Stephen Dedalus subió, le siguió desganadamente unos pasos y se sentó en el borde de la ex­planada, fijándose cómoreclinaba el espejo contra el parape­to, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cache­tes y el cuello.
La voz alborozada de Buck Mulligan prosiguió:
-Mi nombre es absurdo también: Malachi Mulligan, dos dáctilos. Pero suena helénico ¿no? Ágil y fogoso como el mismísimo buco. Tenemos que ir a Atenas. ¿Vendrás si con­sigo que la tía suelte veinte libras?
Dejó la brocha a un lado y, riéndose agusto, exclamó:
-¿Vendrá? ¡El jesuita enjuto!
Conteniéndose, empezó a afeitarse con cuidado.
-Dime, Mulligan, dijo Stephen quedamente.
-¿Sí, querido?
-¿Cuánto tiempo va a quedarse Haines en la torre?
Buck Mulligan mostró un cachete afeitado por encima del hombro derecho.
-¡Dios! ¿No es horrendo? dijo francamente. Un sajón pe­sado. No te considera un señor. ¡Dios, estos jodidos ingleses!Reventando de dinero e indigestiones. Todo porque viene de Oxford. Sabes, Dedalus, tú sí que tienes el aire de Oxford. No se aclara contigo. Ah, el nombre que yo te doy es el me­jor: Kinch, el cuchillas.
Afeitó cautelosamente la barbilla.
-Estuvo desvariando toda la noche con una pantera ne­gra, dijo Stephen. ¿Dónde tiene la pistolera?
-¡Lamentable lunático! dijo Mulligan. ¿Te entró canguelo?
-Sí,...
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