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Páginas: 31 (7638 palabras) Publicado: 1 de noviembre de 2013
 Cantar del Pájaro-Nido
Tomás Mojarro

Es la hora de entre dos luces en la ciudad descomunal, esa a la que tantos humanos han terminado por deshumanizar, qué paradoja. Es esa hora indecisa en que la tarde no se resigna a la retirada, y las primeras sombras no se deciden a arribar. Comienzan a encenderse las farolas de todas las colonias, como esta, ribereña de la estación delferrocarril, en el mero corazón de la ciudad. Allá, al frente, una enorme explanada, ya inundada de luz artificial; acá, en las calles aledañas, silencio, soledad. Como que el hormiguero humano se ha refugiado de dintel adentro. Como que, agazapado, algo espera. Como al influjo de la corazonada. Como que presiente lo que va a suceder. Su aliento contenido, algo parece temer; una catástrofe, porejemplo. Silencio, soledad, una vaga zozobra. Y entonces...

De haber sospechado todo lo que de pronto se le iba a venir encima, ¿el viejo Llamas se hubiese desahijado de sus terrones nativos para afianzarse a una vagorosa esperanza, cerrar los ojos y arrojarse a la aventura, y en la aventura arrastrar a Ciro el hijo y al ahijado Verduzco? Sino de algunos a los que acosa esa perra del mal, perraentrañuda, que nombran desgracia, y se santiguan. Y qué hacer, sino acuclillarse de lomos al arrimo de cualquier pared, enterrar la cabeza entre las zancas y...
Ahí, el viejo Llamas, al que cuando muchacho, por risueño y cantador, nombraban El Pájaro-Nido. La costumbre le preservó el mote. La vida le fue retirando alegría, sonrisa, ganas de cantar. Sucede.

Todo el peso de la noche cayósobre las techumbres de Margil de Minas. Encajada en el corazón del barrio alto, la piquera “Mi dulce Inea” va llegando al primer hervor en la bulla y la bullanga de sus bebedores de sotol. Expectante en un rincón, ajeno al ruiderío y abstemio irredento, El Pájaro-Nido, cincuentón, se marea con la pestilencia del sotol y los tufos y las averiguatas de los aguardentosos. El, su arpa jarocha reciénafinada, aguarda a que a éste o aquél de los briagos le pegue el antojo de los trinos, perpuntes y arpegios. Entonces será silenciada la sinfonola y ahí los sones en tono mayor de los zapateados y ese tono menor, dolorido, de las lloroncitas. Pero no, que esta noche, como casi todas las noches, ninguno de los briagos va a acordarse de callar el estrépito de la tripona estridente, todo-paridora demúsica norteña donde se exaltan hechuras de narcotraficantes tan hazañosos como estos, los nativos de la región que a yerba y remesas de drogas heroicas sostienen boyante la economía de Margil. Entre la humareda del sotol pocos recuerdan que ahí, en ese rincón, insinuando pespuntes, aguarda el arpa de El Pájaro-Nido. A deshoras de la noche el susodicho va a tomar su instrumento, va a echárselo sobrelos lomos y agarrar la calle de arriba. Y allá viene con su aspecto de ángel decrépito, una ala sola, y se dirige no a su casa, la de la huerta de guayaba, casa donde se atejona cierta mala acechanza, sino directamente a la viva querencia del camposanto. A platicar con su compañera de toda la vida, muerta hace meses.

Hay difunto en Margil. Lo bajaron de por ahí de La Ciénega o Potrerillos.Muerte natural, que en estos derrumbaderos viene siendo natural una muerte por cuchillada, treintazos o ráfagas de metralleta en pleno plantío de droga. Muerte natural. Muerte anunciada. Y a preparar el velorio, que allá abajo, en el camposanto de Margil, aguardan el pico, la pala y la lámpara de petróleo del viejo Llamas que, baja la voz, va a salmodiarles el “Salgan, salgan, salgan - ánimas, depenas - que el rosario santo - rompe las cadenas...”

Y allá viene, puntual, el difunto. Viene bamboleándose en el tapeixte. Como si le corriese prisa por descansar tras de las fatigas del viaje esta noche de viento chivero. Allá, por alguna de las tantas venillas abiertas en la pelleja de la serranía, viene acercándose el cortejo, gusano de luces, con su difunto por delante. Son los hachones...
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