Jesús me enseño la manera de amar a las criaturas sin ofender lo y cada Sacerdote tiene su gracia

Páginas: 7 (1714 palabras) Publicado: 23 de enero de 2014
le dice Jesús al alma: Me enseñó también el modo de amar a las criaturas sin apartarme jamás de él, es decir, viendo a la criatura como una imagen de Dios; de manera que si recibía algún bien de parte de ellas, yo debía reconocer que era él quien me lo había dado, siendo él la causa primera y el autor del bien que recibía, pero que se servía de ellas para dármelo; si en cambio me hacían algúnmal, yo debía pensar que la única finalidad por la que Dios permitía que las criaturas me lo hicieran era para mi mayor bien, tanto espiritual como corporal. Por eso mi corazón se sentía más atraído y atado a Dios, y por eso me sucedía que viendo a todas las criaturas en Dios y a su imagen en cada una de ellas, yo ya no dejaba de estimarlas; y si se burlaban de mí, me sentía aún más obligada aamarlas en Dios, pensando que me hacían obtener nuevos méritos para mi alma, si de lo contrario se acercaban a mí con alabanzas y aplausos lo recibía todo con desprecio, pensando para mí: "Hoy me tratan así y mañana pueden odiarme", en vista de la inconstancia de las criaturas. En fin, mi corazón adquirió desde entonces tal libertad que no sabría como explicarlo.

Otra durísima cruz para Luisa: elestar sometida, como víctima a la potestad de los sacerdotes. Las dolorosas penas que tuvo que soportar de parte de ellos.
Una mañana, después de haber comulgado, el Señor me dio a entender que durante el día iba a ser sorprendida por aquél estado de total adormecimiento, pues me invitaba a hacerle compañía participando en las penas que sufría a causa de las ofensas de los hombres perversos. Y yo,sabiendo que el confesor no estaba en la ciudad, le dije de inmediato:"
Amado Jesús mío, si quieres comunicarme tus penas, tú mismo tendrás que tener la bondad de hacer que yo vuelva en mí misma, pues de lo contrario mi familia no podrá ir a llamar al confesor, porque está fuera de la ciudad."
Y el Señor, lleno de bondad, me dijo: "Hija mía, tú debes poner toda tu confianza en mí; quédatetranquila, llena de confianza y resignación, porque tanto una como la otra, estando en mí depositadas, hacen que el alma se ilumine, poniendo en su lugar a todas las pasiones, de manera que atraído por aquellos rayos de luz, que yo mismo le he comunicado, yo tomo posesión del alma y la conformo enteramente en mí, para hacer que viva de mi misma vida."
No pudiéndome oponer a lo que me decía tuve queresignarme a su santa Voluntad, y ofrecí la comunión que acababa de hacer como la última de mi vida; me despedí, pues, por última vez de Jesús sacramentado y salí de la iglesia, y aunque estaba resignada, a pesar de todo sentía un cierto pesar en mí, pensando a lo que estaba por sucederme; por eso, todo ese día no hice más que llorar y pedirle al Señor que me comunicara nueva fuerza para que pudieravolver en mí, en caso de que estuviera por perder los sentidos. Y así fue; ese mismo día fui sorprendida por ese estado mortal, que fue para mí demasiado amargo, pues me hallé reducida en tal estado con una nueva y pesadísima cruz que yo misma juzgo y estimo como la más grave y pesada de todas las que he tenido que padecer hasta este momento.
Entonces, mientras entraba en este estado desufrimientos mortales, me resigné totalmente a hacer la Voluntad de Dios y a bien morir. Entre tanto, mi familia, al verme en aquel estado y en tantos sufrimientos, fue a buscar a otro sacerdote que hubiera querido hacerme la caridad de hacerme volver en mí; pero ya sea por una u otra razón, casi a todos se les pidió que vinieran y todos se negaron, por lo que tuve entonces que pasar la belleza de diezdías en aquel continuo estado de petrificación mortal, pero sin morir. Finalmente, el undécimo día, se prestó a venir el confesor con el que me confesé cuando hice mi primera comunión de pequeña. Vino y me hizo volver en mí, tal como la vez anterior lo había hecho mi propio confesor.
En aquella ocasión comprendí dos cosas: una, que no era la santidad del sacerdote la que nada más podía hacer que...
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