Jesus
[Cuento. Texto completo] Iván Turgueniev |
I Yo vivía entonces con mi madre en una pequeña ciudad del litoral. Había cumplido diecisiete años y mi madre no llegaba a los treinta y cinco: se había casado muy joven. Cuando falleció mi padre yo tenía solamente seis, pero lo recordaba muy bien. Mi madre era una mujer más bien bajita, rubia, de rostro encantador aunque eternamenteapenado, voz apagada y cansina y movimientos tímidos. De joven había tenido fama por su belleza, y hasta el final de sus días fue atractiva y amable. Yo no he visto ojos más profundos, más dulces y tristes, cabellos más finos y suaves; no he visto manos más elegantes. Yo la adoraba y ella me quería... No obstante, nuestra vida transcurría sin alegría: se hubiera dicho que un dolor oculto, incurable einmerecido, consumía permanentemente la raíz misma de su existencia. La explicación de aquel dolor no estaba sólo en el duelo por mi padre, aun cuando fuese muy grande, aun cuando mi madre lo hubiera amado con pasión, aun cuando honrara piadosamente su memoria... ¡No! Allí se ocultaba algo más que yo no entendía, pero que llegaba a percibir, de modo confuso y hondo, apenas me fijaba fortuitamente enaquellos ojos apacibles y quietos, en aquellos maravillosos labios, también quietos, aunque no contraídos por la amargura, sino como helados de por siempre. He dicho que mi madre me quería; sin embargo, había momentos en que me rechazaba, en que mi presencia le pesaba, se le hacía insoportable. Experimentaba ella entonces una especie de involuntaria repulsión hacia mí, de la que se espantabaluego, pagándola con lágrimas y estrechándome sobre su corazón. Yo cargaba la culpa de estos intempestivos brotes de hostilidad a la alteración de su salud y a su desgracia... Verdad es que estas sensaciones hostiles podían haber sido provocadas, hasta cierto punto, por unos extraños arrebatos de sentimientos malignos y criminales, incomprensibles para mí mismo, que despertaban de tarde en tarde dentrode mí... Pero estos arrebatos no coincidían con aquellos instantes de repulsión. Mi madre vestía siempre de negro, como si guardase luto. Llevábamos un tren de vida bastante holgado, aunque apenas nos relacionábamos con nadie. IIMi madre había concentrado en mí todos sus pensamientos y su solicitud. Su vida se había fundido con mi vida. Este género de relaciones entre padres e hijos no favorecensiempre a los hijos... Suele ser más bien nocivo. Por añadidura, mi madre no tenía más hijo que yo... y los hijos únicos, por lo general, no se desarrollan adecuadamente. Al educarlos, los padres se preocupan tanto de sí mismos como de ellos... Eso es un error. Yo no me volví caprichoso ni duro (una y otra cosa suele aquejar a los hijos únicos), pero mis nervios estuvieron alterados hasta ciertaépoca; además, tenía una salud bastante precaria, saliendo en esto a mi madre, a quien también me parecía mucho de cara. Yo evitaba la compañía de los chicos de mi edad, en general rehuía a la gente e incluso con mi madre hablaba poco. Lo que más me gustaba era leer, pasear a solas y soñar... ¡soñar...! ¿De qué trataban mis sueños? No podría explicarlo. A veces tenía la impresión, es cierto, dehallarme delante de una puerta entornada que ocultaba ignotos misterios, y yo permanecía allí, a la espera de algo, anhelante, y no trasponía el umbral, sino que cavilaba en lo que podría haber al otro lado... Y seguía esperando, y me quedaba transido... o transpuesto. Si hubiera latido en mí la vena poética, probablemente me habría dedicado a escribir versos; de haberme sentido atraído por lareligión, quizá me hubiera hecho fraile. Pero, como no experimentaba nada de eso, continuaba soñando y esperando. IIIAcabo de referirme a cómo me quedaba transpuesto, en ocasiones, bajo el influjo de ensoñaciones y pensamientos confusos. En general, yo dormía mucho, y los sueños desempeñaban un papel considerable en mi vida. Soñaba casi todas las noches. Los sueños no se me olvidaban, y yo les daba...
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