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Páginas: 52 (12839 palabras) Publicado: 24 de octubre de 2011
La leyenda del Santo Bebedor
Joseph Roth

Traducido por Michael Faber–Kaiser Editorial Anagrama, Barcelona, 1981 Quinta edición, 1994

Die Legende vom heiligen Trinken
Allert de Lange, Ámsterdam, 1939

Título original:

La paginación se corresponde con la edición impresa. Se han eliminado las páginas en blanco

PRÓLOGO

Para Rosa y Ana María
Mi colega el editor Herralde me hapedido unas líneas preliminares, tal vez un prologuillo, para la traducción de un relato de Joseph Roth, Die Legende vom heiligen Trinker (La leyenda del Santo Bebedor), el último libro que publicó en vida. Es un texto curioso. Se trata de un apólogo que aborda de manera indirecta la relación del alcohol con los milagros, no de los milagros que produce el alcohol, sino de la sacralidad del vino, yes, sin duda, una narración admirable, escrita en un estilo trémulo que no daña la sencillez y que pondrá constantemente en apuros al esforzado traductor. Cuenta Roth la historia de un clochard parisiense a quien, por intermedio de un misterioso noctámbulo, hace santa Teresa de Lisieux repetidos préstamos y favores a con7

dición de que restituya los dineros en su cepillo de la iglesia de SainteMarie de Batignolles, santuario de pintores devotos. Lo que no ocurre, porque el alcohol se interpone, consume los dineros y los multiplica en una aventura que terminará con la muerte al pie del altar de la santa. El esquema del cuento descansa sobre la paralela reiteración del favor de la santa y de los favores del alcohol y la buena voluntad constantemente impedida del honorable vagabundo,decidido a restituir el préstamo y a no preferir el milagro del vino a la caridad del cielo. Me pregunto por qué mi amigo y colega Jorge Herralde me ha escogido como prologuista del librito de Roth, por qué, sabiéndome tan perezoso para prólogos, me considera la persona adecuada para introducir un texto haciendo hincapié no ya en la dignidad del vino —o de la absenta, l’absinthe aux verts piliers, quees otro género báquico—, sino de su consentido abuso. Quizá porque en los últimos tiempos me ha oído decir con frecuencia toda clase de desatinos sobre las funciones sacrales del alcohol, mi respeto cultural a la embriaguez y mi asco a los
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abstemios. Herralde es abstemio a temporadas, por decencia no muy largas, y yo lo soy ahora, desde hace unos meses, transitoriamente y a la fuerza. En unmomento de debilidad, para proteger mi hígado ya fatigado, me dejé convencer por los médicos para hacerme una implantación de pastillas revulsivas y me colocaron en la espalda, entre el omóplato y el espinazo, un rosario de satánicas pildoritas incrustado bajo la piel. Desde entonces no bebo absolutamente nada, contando como los presos o los conscriptos los meses que me quedan hasta reanudar unarelación normal con el mundo circundante, no descarnado y espectralizado por esa molesta lente de lucidez que el alcohol tan oportunamente mitiga cuando conviene. Sueño, como con la licencia militar, con el alta sanitaria que me declare exento de la cuarentena de las pastillitas. Confesaré que hace tiempo que no padezco las molestias del síndrome de carencia y que no me atormenta el deseo de beberni siquiera en las veladas muy prolongadas, cuando la legalidad imaginativa de los que han bebido mucho o poco se va alejando de la mía y me va poniendo pro9

gresivamente en ridículo ante mí mismo. Me he acostumbrado a no beber, a sabiendas y con el consuelo de que es decisión transitoria; pero no me he acostumbrado a tolerar a los abstemios dogmáticos, a esas gentes que, no se sabe por qué,se alegran de que uno no beba e ignoran que la embriaguez alcohólica, controlada hasta donde sea posible, es un método de conocimiento cultural y de interpretación del mundo en general, absolutamente imprescindible. Los que no han bebido nunca no podrán saber jamás come è fatto il sapere, al decir de Leopardi, ni qué clase de animal de artificio somos los hombres desde aquel remoto viaje del...
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