Jijunas

Páginas: 7 (1647 palabras) Publicado: 11 de agosto de 2010
ambo de La Buena Mano. Llantenes chiquitos festonan los zócalos de paja y barro que emanan úricos miasmas de chicheros. Tambo de La Buena Mano. Damajuanas señoronas de preñados vientres y delgadas botellas empolvadas. Anaqueles medio desnudos, y, entre un marco de madera negra, un buque que naufraga en un mar tempestuoso. Encima de un ventano, el escudo del Perú con banderas flamígeras. Vuela unasombra gigante de mariposas nocturnas. En el tambo se alza un vaho lento de humazos imposibles, y los ojos del propietario —Antonio Lang—, se entreabren cuando alza el vuelo un tanto enérgico y peruano:
—Jijuna...
Alrededor de una vasta mesa florecen ponchos bajo el candil de querosén. La noche se ha derramado, lo mismo que la chicha de Huarmey, por las arenas todavía calientes delsol costeño. Lejos, zumba el mar. Fuera del tambo relinchan caballos próceres. Pero alto, enhiesto, levantisco, camorrista, un zaino se sacude el relente resonando el apero:
—Jijuna...
La voz no tiene una inflexión colérica. Modula cacha zafia y crudelísima. De rato en rato, los gruesos vasos resuenan sobre el tablero de la mesa en brindis mudos. Las candelas de los cigarros agudizan lasaristas del bronce cholo de los rostros. El chino Lang destapa la cuarta botella de chicha. Unas moscas rebullen sobre los restos de la cena.
Por aquellos lares andaba don Santos. Era, don Santos, el dueño del zaino pleitista. Zaino de paso llano y anca redonda, para asentar a la que quiera arrunzarse con uno. Resuena el apero del potranco, con tintines de plata. Allí, en la noche, lashebillas de las riendas, los cantos de los estribos, relucen como los ojos húmedos del Cura. Cura, así se llama el potro, por irreverencia de don Santos y porque se lo hurtara al señor párroco de Casma. Y todavía tenía, el muy indino, la insolencia de pasear por la plaza del puerto a lomos del cuerpo del delito. Cholo bandolero de esas tierras, sin más ley que su pistola, sin más amigo que su potro. Aél cantaba, en las lentas peregrinaciones de los arenales, las más mimosas coplas querendonas. Para su Cura eran las rudas caricias de sus manos asesinas y sus consejos de baquiano sabihondo porque por las patas del potro salvara muchas veces de tanto gendarme sinvergüenza.
Se lo están contando:
—Jijuna...
Pues, sí, era cierto. Fue después del almuerzo que el sub-prefecto leofreciera a don Ramón Santisteban, hacendado de muchas tierras de sembrío y pastos. Don Ramón había desenfundado la pistola y roto unas botellas.
—Menos mal q’estaban vacidas...
Y después, contaba el chismoso, don Ramón había prometido:
—¡Cómo quisiera encontrármelo! ¡En la frente le meto su jazmín, mi subprefecto! ¿Ha visto cómo tiro? ¡Y yo no teng’un pelo! ¡Lo adelanto! Palabra,Autoridá...
Era en aquel tambo la charla chismosa. El amigo, compañero de barrabasadas, le confiaba a don Santos estas cosas. ¿Don Santos? Sí, hombre, sí; Santos Rivas, ése del incendio de Molino Grande; ése de la muerte de don Eustaquio Santisteban, el hermano de don Ramón; ese de las quinientas cabezas de ganado de la hacienda de Paso Grande; ése de la mujer del doctor Jiménez, después dela fiesta del 28; ése del tren a Recuay; ése del duelo con don Miguel Páucar y del festejo con tanta y tanta botella de pisco; ése de... ¿quién se va a acordar de todos esos líos?
El mozo escuchaba en silencio. Con el rebozo del poncho se cubría apenas el rostro duro y sólo los ojos sonreían. De rato en rato, pitaba su “amarillo” y modulaba la sonrisa:
—Jijuna...
Cuando Cosmeterminó el relato, apenas si sonrió Rivas:
—Ya l’encontraré algún día... Y solitos... En cuantito salga’e viaje, me avisas, ¿quieres?
—Yaqu’ermano...
Y como se hacía tarde se despidieron. El chino retiró las botellas y vasos apuntando el precio. Los hombres se confundieron con la noche. De pronto, una voz seca:
—¿Cura?
El potro respondió en su lengua. Montó don Santos,...
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