johana lindey
En la cama
del príncipe
Sabrina Jeffries
Katherine Merivale, una joven heredera de 19 años, debe contraer matrimonio para acceder a la fortuna que le dejó su abuelo. Está enamorada de su amigo Sir Sydney Lovelace desde que era niña, y su deseo más íntimo es casarse con él, pero Sydney no se decide a dar el paso.
Entre tanto, Alexander Black, conde de Iversley,regresa a Inglaterra tras la muerte de su padre para hacerse cargo de los bienes familiares, pero lo que encuentra es una mansión desvencijada y un sinfín de deudas. Consciente de que su única oportunidad es casarse con una rica heredera, traza un frío y calculado plan para apartar a Katherine de su pretendiente.
La resistencia inicial de la joven supone un desafío para Alexander, que utiliza todas susartes de seductor para conseguir el corazón de la joven. Pero las tornas cambian y, para su sorpresa, descubre que la rebeldía de Miss Merivale despierta en él una pasión irrefrenable. Ahora, su lucha consiste en evitar que Katherine averigüe que sólo buscaba su fortuna.
Capítulo uno
Londres, 1813
Procura no engendrar bastardos. Éstos te perseguirán incansablemente, incluso después de quelos placeres carnales hayan desaparecido.
Anónimo,
The Art of Seduction Reveal'd,
o A Rake's Rhetorick*
Llegaban tarde.
A la luz de la lámpara de gas, Alexander Black consultó su reloj de bolsillo que le había regalado el mismísimo duque de Wellington. Pasaban veinte minutos de la hora. Había gastado parte del escaso dinero que le quedaba en el brandy francés más selecto de la casa, y ahora susinvitados no se personaban.
Por lo menos, la reserva del salón privado en el hotel no le había costado ni un solo penique. Continuó con la mirada clavada en la calle a través de la ventana y aguzó el oído hacia los establos por la fuerza de la costumbre. Desgraciadamente, no oyó el ansiado ruido trepidante de los cascos de los caballos y de las ruedas de la carroza sobre la calle empedrada.Estaba profundamente sumergido en sus pensamientos cuando unos golpes en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento.
—¿Lord Iversley?
Correcto, él era el conde de Iversley. Después de tantos años haciéndose llamar simplemente señor Black, ahora le costaba recordar su recién estrenado título aristocrático.
—Adelante.
Un mozalbete abrió la puerta. Su nerviosismo era palpable e inexplicable, hastaque Alec avistó al individuo que venía detrás del muchacho.
—L… Lord D… Draker está aquí.
El sirviente se encogió y se giró hacia la figura fornida, preso del terror. Era obvio que conocía la reputación del visitante, al que todos llamaban el vizconde Dragón.
—¿N… necesita alguna cosa más, s… señor?
Draker fulminó al sirviente con una fiera mirada. Incluso ataviado con unas vestiduras sencillasy deslucidas, ese hercúleo greñudo era capaz de convertir una piedra en arenilla con tan sólo una mirada.
—¡Largo! —gruñó. Cuando el muchacho hubo desaparecido escaleras abajo, tan rápido como sus piernas se lo permitieron, Draker hizo una mueca de disgusto—. ¡Qué idiotas! Creen que tengo cuernos en la cabeza.
—Entonces quizá no deberíais despedirlos con ladridos —terció Alec secamente.
Lososcuros ojos del gigante se posaron sobre Alec.
—Un hombre sabio no hace nunca alarde de sus opiniones.
—Un hombre sabio jamás invitaría a un individuo como vos, pero me gusta correr riesgos.
—A mí no. —Desde el umbral de la puerta, el vizconde examinó la estancia silenciosamente. El mobiliario era robusto, al gusto de los oficiales del ejército. La sala estaba ocupada por cuatro sillas de maderade roble macizas y una mesa con unas cabezas de leones con la boca abierta, a punto de emitir un rugido, esculpidas en las patas.
Alec ofreció una vaga sonrisa a su invitado. Era importante que Draker se sintiera cómodo.
—Y bien, ¿cuál es el motivo de este encuentro? —preguntó Draker.
—Os lo explicaré tan pronto como llegue el otro invitado.
Draker pareció disgustado, pero finalmente se...
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