Johann Wolfgang

Páginas: 164 (40770 palabras) Publicado: 20 de julio de 2012
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Mark Twain

Un yanki en la corte del rey Arturo
Prefacio Las despiadadas leyes y costumbres que se mencionan en este relato son históricas, y los episodios que se utilizan para ilustrarlas también son históricos. Esto no quiere decir que tales leyes y costumbres existieran en Inglaterra en el siglo vi, no; sólo quiero decir que, dado que existieron en la civilización inglesa yen otras civilizaciones de épocas mucho más recientes, se puede concluir sin temor a incurrir en una calumnia que también estaban vigentes en el siglo vi. Hay buenas razones para inferir que, cuando en esos remo tos tiempos no existía alguna de estas leyes o costumbres, su lugar era ocupado, y de manera muy eficiente, por una mu cho peor. La cuestión de la existencia o no existencia del derechodivino de los reyes no tiene respuesta en este libro. Resultó ser demasiado dificil. Que el primer gobernante de una nación debe ser una persona de carácter excelso y habilidad extraordinaria es manifiesto e indiscutible, que sólo la Deidad podría elegir a ese primer gobernante certera e infalible mente es también manifiesto e indiscutible, por lo tanto, resulta inevitable deducir que, como sepretende, es la Deidad quien hace la elección. Quiero decir, hasta que el autor de es te libro encontró los Pompadour y Lady Castlemaine y algunos otros gobernantes de este tipo. Era tan difícil incorporarlos dentro de este argumento, que juzgué preferible abordar otros aspectos en este libro (que debe aparecer este otoño) y luego entrenarme debidamente y resolver los del derecho divino en otro libro.Es algo que debe ser resuelto, por supuesto, y de todas maneras no tenía nada especial que hacer el próximo invierno. MARK TWAIN Una breve introducción Fue en el castillo de Warwick donde me topé con el extra ño personaje de quien voy a hablar. Me llamó la atención por tres razones: su ingenua simpleza, su asombrosa fami liaridad con las armaduras antiguas y el sosiego que ofrecía su compañía -puesera él quien llevaba toda la conversación-. Como suele ocurrir con las personas modestas, nos quedamos a la cola del grupo que visitaba el lugar, y desde el primer momento me interesaron las cosas que decía. Mientras hablaba, suave, agradable, fluidamente, parecía alejarse imperceptiblemente de nuestro mundo y nuestro tiempo y adentrarse en una era remota y un país olvidado, y de tal manera mefue hechizando con sus palabras que creí encontrarme entre los espectros y las sombras y el polvo y el moho de una gris antigüedad, ¡enfrascado en conversación con una de sus reliquias! Exactamente como hablaría yo de mis mejores amigos y de mis peores enemigos, o de los más conocidos entre mis vecinos, me hablaba él de sir Bedivere, sir Bors de Ganis, sir Lanzarote del Lago, sir Galahad y todos losotros caballeros famosos de la Mesa Redonda, ¡y qué viejo, qué indescriptiblemente viejo y aja do y seco y descolorido parecía a medida que seguía hablando! De repente, se volvió hacia mí para decirme con la naturalidad con que uno habla del tiempo o de cualquier otro asunto trivial: -Ya habrá oído hablar de la transmigración de las almas, ¿pero sabe algo acerca de la transposición de épocas ycuerpos? Contesté que no había oído hablar de ello. Prestaba tan poca atención como si en realidad estuviésemos hablando del tiempo, y no se dio cuenta de si le había respondido o no. Sobrevino un instante de silencio, inmediatamente interrumpido por la voz monótona del cicerone del castillo: -Coraza antigua, del siglo vi, época del rey Arturo y la Mesa Redonda; se dice que perteneció al caballeroSagramor el Deseoso; obsérvese el agujero circular que atraviesa la cota de malla en la parte izquierda del pecho; resulta inexplicable; se presume que puede haber sido causada por una bala después de la aparición de las armas de fuego, quizá intencionadamente por soldados de Cromwell. Mi acompañante sonrió, pero no con una sonrisa moder a, sino con una que debió pasar de moda hace n muchos,...
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