jornada del emigrante

JUAN PABLO II, MENSAJE DE LA JORNADA DEL EMIGRANTE 1985



Venerados Hermanos,
Queridísimos Hijos e Hijas de la Iglesia.


1. Quisiera que este Mensaje para la Jornada Mundial de la Emigración, que las Iglesias particulares celebrarán en el curso del año litúrgico, llevase la expresión de mi afecto, de mi solicitud y de mi preocupación por los millones de personas implicadas en uno delos más complejos y dramáticos acontecimientos de la historia: las migraciones. El argumento merece todo el interés y suscita vivas preocupaciones; en efecto, últimamente, las migraciones han asumido el aspecto deshumanizante de la persecución: política, religiosa, ideológica y racial. Esto imprime un estigma en el rostro de los prófugos, de los refugiados, de los expulsados, de los exiliados:hombres y mujeres, ancianos o jóvenes e incluso niños, con frecuencia privados trágicamente de sus padres.

Produce, sin embargo, un gran alivio, el hecho de que la Iglesia se abre globalmente a la compleja variedad del mundo de las migraciones, para indicar y ofrecer condiciones de supervivencia, de vida, de trabajo y, sobre todo, para crear un ambiente que se caracteriza por el profundo respeto delos derechos humanos fundamentales. Sólo en tal ambiente, estos Hermanos y Hermanas nuestros podrán superar con inmenso dolor el drama de una inserción que, para ellos, es a menudo traumatizante, por su dificultad natural para adaptarse y abrirse, o porque deben enfrentarse a un convivencia humana que no deja de ser hostil, cerrada e intolerante hacia todo aquello que se pude considerar diferente,o que puede proporcionar dificultades de orden social o económico.

Deseo, al mismo tiempo, expresar mi aprecio por las numerosas iniciativas legislativas y sociales puestas ya por obra en los países que los acogen, con el fin de crear una atmósfera, no sólo de tolerancia, sino de comprensión y de fraternidad. Las Conferencias Episcopales, sobre todo, se han distinguido por sus valientesintervenciones, llenas de profunda inspiración evangélica.

Quisiera, no obstante, hacer una especial reflexión, en el presente Mensaje, acerca de esta ola de dramática movilidad que, desde un punto de vista pastoral, se presenta como un serio problema de vida cristiana, en cuanto al aspecto de la integración eclesial.

2. El Concilio Vaticano II (cf. Decr. Christus Dominus, 18) ha puesto de relievecómo las distintas condiciones de los hombre asumen, incluso en el interior de la comunión eclesial, una configuración con tramas complicadas, que sólo el respeto de los derechos y el cumplimiento de los deberes pueden ayudar a despejar.

Las Iglesias particulares saben que deben prestar la debida atención, para su integración eclesial, a todos los que, por cualquier motivo, se hallan viviendofuera de su propia patria y de su comunidad étnica, respetando su derecho al ejercicio de la libertad (cf. Const. Past. Gaudium et spes, 58).
La participación, libre y activa, a nivel paritario, con los fieles nacidos en las Iglesias particulares, sin límites de tiempo ni de restricciones ambientales, constituye, para los fieles inmigrados, la vía de la integración eclesial. Al tratarse de unproceso de autopromoción, es indispensable que éstos tengan la facilidad de comprender y valorar, y que se les asista y se les ayude a hacerlo en todo aquello que puede ser asimilado en su experiencia existencial, en las formas y en el estilo de su cultura fundamental y en el pluralismo de sus identidades. Los fieles inmigrados, en el libre ejercicio de su derecho y deber de estar en las Iglesiasparticulares, en plena comunión eclesial, y de sentirse cristianos y hermanos con todos, deben poder seguir siendo ellos mismos completamente, en lo que se refiere a la lengua, la cultura, la liturgia, la espiritualidad y las tradiciones particulares, para llegar a aquella integración eclesial que enriquece a la Iglesia de Dios y que es fruto del realismo dinámico de la Encarnación del Hijo de...