jovanni boccasio
Un fraile llamado Félix, conventual de San Brancasio, acababa de llegar de París, adonde fuera para asistir a un capítulo general de su orden. El padre Félix, era joven, buen mozo, hombre de ingenio y muy sabio; el hermano Puccio trabó conocimiento con él, no tardandoen quedar ligados con la más estrecha amistad, puesto que el fraile le esclarecía cuantas dudas se le ofrecían, y parecíale tan devoto como ilustrado. Nuestro buen hombre no tuvo dificultad alguna en abrirle las puertas de su casa, donde solía regalarle de vez en cuando con alguna botella de excelente vino. Isabel le recibía con mucho agasajo, para complacer al marido. El religioso no pudo menosde admirar la frescura y buenas carnes de aquella mujer, no tardando en notar lo que le hacía falta, y, como hombre caritativo que era, hubiera querido poder dejar satisfecha a la señora. La cosa no era muy fácil, mas tampoco le pareció imposible. Durante mucho tiempo se valió de los ojos para manifestar lo que sentía, y supo llevar tan bien el asunto, que acabó por inspirar a la dama los mismosdeseos que’ le consumían. Cuando estuvo bien seguro de eso, encontró una ocasión de tener una entrevista a solas con ella, amonestándola para que correspondiera a su amor. Encontróla bien dispuesta a acordarle lo que solicitaba, pero, al mismo tiempo, muy decidida a no aceptar ninguna cita fuera de su casa, ni comparecer a su lado en ningún otro sitio: cosa que imposibilitaba casi por completo larealización del negocio, puesto que Puccio apenas abandonaba su domicilio.
Contento, por un lado, de que la bella fuese sensible a su amor, y desesperado, por otro, de no poder acariciarla, no sabía cómo salir airoso del paso. Los frailes son ingeniosos en todas sus cosas, y sobre todo en aquellas que se refieren a la carnalidad. Este, pues, imaginó un expediente bien singular y muy digno de lahonestidad de un hombre de sotana. He aquí el plan diabólico que puso en ejecución para gozar de su querida en su propia casa y casi a la vista del marido, sin que el buen hombre pudiese tener la más leve sospecha. Un día que se paseaba con el bendito devoto:
—Veo, querido Puccio —le dice—, que sólo os ocupáis de vuestra salvación, conducta muy digna de elogio; pero habéis emprendido un camino bienpenoso y bien largo. El papa, los cardenales y demás prelados siguen uno mucho más corto y más fácil; empero, no quieren que se enseñe a los fieles, pues esto perjudicaría a los hombres de sotana, que, como sabéis, viven de limosna. Si los particulares lo conociesen, el oficio de clérigo perdería todo su valor: se daría muy poco a la Iglesia, y nosotros, frailes, no tardaríamos en morirnos de...
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