jovenes
A los jóvenes
A éstos me dirijo, que los viejos -losviejos de corazón y de espíritu, entiéndase bien - no se molesten en leer lo que no ha de afectarles en nada.
Supongo que tenéis dieciocho o veinte años, habéis terminado vuestro estudio o aprendizaje, y entráis en el gran mundo; supongo también que vuestra inteligencia se ha purgado de las imbecilidades con que han pretendido atrofiarla y obscurecerla vuestros maestros, y que hacéis oídos demercader a los continuos sofismas de los partidarios del obscurantismo; en una palabra, que no sois de esos desdichados engendros de una sociedad decadente que sólo procuran por la buena forma de sus pantalones, lucir su figura de monos sabios en los paseos, sin haber gustado en la vida más que la copa de la dicha, obtenida a cualquier precio ... Todo al contrario de esto, os juzgo de entendimientorecto, y sobre todo, dotados de gran corazón.
La primera duda que surge en vuestra imaginación es ésta: “¿Qué voy a ser?” Esta pregunta os la habéis hecho cuantas veces la razón os ha permitido discernir.
Verdaderamente que cuando se está en esa temprana edad en que todo son sueños de color de rosa no se piensa en hacer mal alguno. Después de haberse estudiado una ciencia o un arte - a expensasde la sociedad, nótese bien - nadie piensa en utilizar los conocimientos adquiridos como instrumento de explotación y en beneficio exclusivo, y muy depravado por el vicio debiera estar en verdad el que siquiera una vez no haya soñado en ayudar a los que gimen en la miseria del cuerpo y la miseria de la inteligencia. Habéis tenido uno de esos, ¿no es verdad? Pues estudiemos el modo de convertirleen realidad.
No sé la posición social que ha presidido a vuestro nacimiento; quizá favorecidos por la suerte habéis podido adquirir conocimientos científicos, y sois médicos, abogados, literatos, etc.; si es así, a vuestra vista ábrense vastísimos horizontes y se os ofrece un porvenir sonriente, quizás dichoso. O, por el contrario, malditos de la suerte, sois hijos de un pobre trabajador, y nohabéis tenido otros conocimientos que la escuela del dolor, de las privaciones y de los sufrimientos.
Establezcamos el primer caso; habéis cursado medicina; sois, pues, unos facultativos. Un día un hombre de mano callosa, cubierto con una blusa, viene a buscaras para que asistáis a una enferma, conduciéndoos a casa de la paciente por una interminable serie de callejuelas, cuyas casastrascienden a pobreza.
Llegáis, y os es forzoso casi encaramaras por una estrecha escalera, cuyo ambiente está cargado de hidrógeno, por las emanaciones que despide la torcida de un farol cuyo aceite se ha agotado.
Después de salvar dos, cuatro o treinta escalones, penetráis en la habitación de la pobre enferma. Como vuestra alma está aún pura, el corazón os late con más violencia de la acostumbrada alcontemplar a aquella infeliz, tirada sobre un mal jergón y a aquellas cuatro o cinco criaturas, lívidas, tiritando de frío, acurrucadas al lado de su pobre madre, a fin de recoger el calor de la fiebre, ya que allí huelga todo abrigo. Los infelices niños, a quienes la desgracia ha hecho suspicaces, os contemplan asustados y se arriman más y más a su madre, sin apartar sus grandes ojos espantados...
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