Joya
En una escena sobrada en realismo, la pareja de Mario le dijo que esta vez era la última, y que de otro traspié por parte de Mario todo terminaría indefectiblemente. Ese fue el sentidode las palabras y Mario, capturado por una seguridad terrorífica, se juro a si mismo y a ella, que hoy se cortaba. Se cortaba para siempre, con esa convicción se subió a la moto, la prendió de ungolpe seco y en instantes ya estaba arriba de la autopista con la quinta casi a fondo.
Pero bastó un cartelito en el peaje, que rezaba “Pase” y todo (todo…) se fue al reverendo carajo. Y pronto lagresca interior pasó de tibios anhelos a una insurrección del esqueleto y las tripas de Mario despertaron de pronto para unirse a la comparsa.
Y la moto de Mario desaceleró en una entrada a unaestación de servicio en la autopista, a cuyo baño se dirigió de inmediato el motoquero que al entrar solo encontró puertas trabadas desde adentro. Dijo varias puteadas mentalmente y desde el lejano interiorde las cabinas un sonido inconfundible rebotó en la pulcra acústica de los azulejos y fue agua para el sediento Mario que entendió que alguien allí dentro se estaba tomando un delicioso pase.Enseguida la cadena sonó, la puerta se abrió y un tipo de cara de payaso que maneja un tren que está por chocar salió queriendo hacerse el desentendido y Mario lo flanqueó y se dirigió a sentarse en elinodoro y pasó el dedo por un desnivel en la pared y blanca se le tiñó la yema. Se llevó el dedo a los dientes y el sabor amargo le impregnó la ansiedad, y cuando ya se había subido de vuelta a la motosentía un colibrí borracho en el pecho y el puño cerrado sobre el acelerador empujaba por una velocidad que una inadecuada moto para estas circunstancias jamás podría prestar.
Y llego a la esquina quebuscaba y ató la moto a un poste de luz, y emprendió las dos últimas cuadras de su trayecto, donde un policía le habló con un respeto muy sobreactuado, le pidió su documento, y resaltó enfáticamente...
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