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Páginas: 151 (37633 palabras) Publicado: 15 de noviembre de 2012
NADA más natural para un hombre serio, como debe serlo un corredor en propiedades, que
despertar en su casa y en su cama.
Sin embargo, esa mañana al despertar en la suya Julián abrió los ojos con espanto.
Era su alcoba; sí, no cabía duda ¿pero cómo podía estar allí?
Realmente era inexplicable. A juzgar por el rayo de sol que, filtrándose a través de los postigos, iba
como un florete a heriren pleno pecho el retrato de su padre, debían ser las diez de la mañana.
Luego, no hacía seis horas que él se hallaba... Bueno... ¿pero dónde se hallaba?
¿Dónde? ¿Dónde? El mismo no lo sabía. Se recordaba de un parrón, de unas mujeres gordas y
pintadas, de una ponchera, de una pila... De la pila se recordaba bien. Luis Alvear le sujetaba la
cabeza, balanceándose él mismo como un péndulo:
–¡Ese. e... el estoma… eel estómago... ¡Esto te aliviará...!
¡Qué horribles náuseas! Con razón le dolía, ahora, tanto la cabeza... Pero ni Lucho, ni don
Fortunato, ni ese barbilampiño que “se incorporó al movimiento” a última hora, ni el matón que
provocó en el patio a Alvear, podían haberle trasladado allí. Estaban todos más borrachos que él...
¿Quién lo había llevado a su casa...? ¿Cómo habíallegado? ¿A gatas? ¿Cómo?Se acordaba vagamente de que, abrazado a uno de los almohadones del sofá, mientras una vieja
flaca le amarraba una toalla a la cabeza, él pensaba y se lo decía bajito, casi llorando, al cojín de
seda verde forrado en punto de bolillo.
–Yo estoy muy borracho... ¿me entiendes?... muy borracho... No... podré llegar... a mi casa... No
sé... el número... ¿me entiendes?… Voya dormir... aquí... No llegaré a mi casa… ¡Chit! Estoy de
viaje... ¿entiendes?... No vayas a decir nada a mi mujer...! Estoy de viaje...
¡Y ahora en su propia cama!... Al recuerdo de su mujer, se incorporó lleno de espanto. ¡En qué
estado había llegado!... ¿Estaría ella durmiendo? ¿Le habría visto? ¿Qué iría a decirle ahora? Sin
embargo, su ropa estaba en orden; no sólo en orden: arregladameticulosamente en una silla... ¿y
los zapatos?
¡Qué horror! Sintió que la sangre se le helaba. Las botas de cabritilla estaban allí, al lado del lecho,
llenas de polvo, ciertamente, pero... ¡totalmente abrochadas!
¿Se las había quitado sin desabotonarlas? ¡Imposible! ¿Las había abrochado después? Pero…
¡Era absurdo!
Se dejó caer en la cama, anonadado.
En ese momento entraba su mujer...Julián, fingiéndose dormido, la observaba con un ojo
entreabierto. Serena, dulce, en sus grandes ojos negros no revelaba la más leve inquietud.
¿Ignoraba el estado en que llegara?
Abrió la cómoda, sacó un paquete de ropa, dio algunas vueltas por la habitación.
¿Le hablaría? Julián se decidió.
–¿ No me das los buenos días?
–Creí que estabas durmiendo.
–Amodorrado solamente; anoche llegué muytarde...
–¿Sí?
No manifestaba disgusto ni extrañeza. En su boca de labios finos y bien dibujados, parecía vagar
una sonrisa.
¡Diablo! Era un tormento verla allí. Cuando salió, Julián respiró a sus anchas.
De nuevo los recuerdos lo asediaron. Por primera vez, en su existencia había un vacío de tres horas;
más, de cinco horas por lo menos... La última vez que vio el reloj eran las tres de lamañana.
Estaban bailando en un salón larguísimo, con espejos de un gusto detestable y unas oleografías
horrorosas... “Romeo y Julieta” y un retrato de Balmaceda hecho al carbón, con la banda a tres
colores.
Él estaba junto al piano, con la mirada fija en el ojo tuerto de la tocadora. Parecía un ópalo... Por
mirar ese ojo, no atendía a las parejas, ni a las mujeres enfiladas en el viejo sofá… nisiquiera a don
Fortunato que, de rodillas en el suelo, como un inmenso sapo, tamboreaba furiosamente en la
guitarra.
No tienen en Circasia, ni la menor idea
De todos los encantos de tu divino ser...
Menos mal que siquiera ahora don Fortunato no le hablaba de negocios.
Horas antes, en el Bar, estaba realmente pesado con su incesante preguntar sobre el “señor socio
de Ud. que se resiste a...
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