Juan DE LA ROSA
Juan de la Rosa
Memorias del último soldado de la Independencia
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Nataniel Aguirre
Juan de la Rosa
Memorias del último soldado de la Independencia
Capítulo I
Primeros recuerdos de mi infancia
Rosita, la Linda Encajera, cuya memoria conservan todavía algunos ancianos de la villa de
Oropesa, queadmiraron su peregrina hermosura, la bondad de su carácter y las primorosas
labores de sus manos, fue el ángel tutelar de mi dichosa infancia. Su cariño, su ternura y
solicitud maternales eran sin límites para conmigo, y yo le daba siempre con gozo y
verdadero orgullo el dulce nombre de madre. Pero ella me llamó solamente «el niño»,
menos dos o tres veces en las que la palabra «hijo» se le escapó, comoun grito irresistible
de la naturaleza, que parecía desgarrar de un modo muy cruel sus entrañas.
-2Vivíamos solos en un cuarto o tienda del confín del Barrio de los Ricos, hoy de Sucre, sin
más puertas que la que daba a la calle y otra pequeña, de una sola mano, en el rincón de la
izquierda de la entrada. Una tarima, que era nuestro estrado y servía de noche para hacer la
cama; una larga mesasobre la que Rosita planchaba ropa fina de lino, albas y paños de
altar; una grande arca ennegrecida por el tiempo; dos silletas de brazos con asiento y
espaldar de cuero labrado; un banquito muy bajo y un brasero de hierro, componían lo
principal del mueblaje de la habitación. Las paredes, pintadas de tierra amarilla, estaban
decoradas de estampas groseramente iluminadas, entre las que resaltaba unapintura
original, obra de no muy torpe como atrevida mano, que representaba la muerte de
Atahualpa. En la pared fronteriza a la puerta, como en sitio de preferencia, había además un
cuadro al óleo, de la Divina Pastora sentada, con manto azul, entre dos cándidas ovejas, con
el niño Jesús en las rodillas. La puertecita de la izquierda conducía a un pequeño patio
enteramente cerrado por elevadastapias, y en el que un sotechado servía de despensa y de
cocina.
Rosita -no creo que me engañen mis recuerdos, ni que mi ternura le preste ahora en mi
imaginación encantos que no tenía-, era una joven criolla tan bella como una perfecta
andaluza, con larga, abundante y rizada cabellera; ojos rasgados, brillantes como luceros;
facciones muy regulares, menos la nariz un tanto arremangada; boca de florde granado;
dientes blanquísimos, menudos, apretados, como sólo pueden tenerlos las mujeres indias de
cuya sangre debían correr algunas gotas en sus venas; manos y -3- pies de hada; talle
airoso y gentil que, sin el recato que observaba en todos sus movimientos y la hacía
presentarse un poco encogida, le hubiera envidiado la mujer más presumida, esbelta y
salerosa de la Península. Su voz, quetomaba fácilmente todas las inflexiones de la pasión,
era de ordinario dulce y armoniosa como un arrullo. Había recibido, en fin, la educación
más esmerada que podía alcanzarse en aquel tiempo.
Vestía uniformemente basquiña de merino azul hasta cerca del tobillo; jubón blanco de tela
sencilla de algodón, muy bordado, con anchas mangas que dejaban ver los brazos hasta el
codo; mantilla de color másoscuro, con franjas de pana negra, prendida con grueso alfiler
de plata Sus hermosos cabellos, recogidos en dos trenzas, volvían a unirse a media espalda,
anudados por una cinta de lana de vicuña con bonitas de colores. Por todo adorno llevaba
grandes aretes de oro en sus delicadas y diminutas orejas y un anillo de marfil
encasquillado, en el dedo meñique de la mano izquierda. Sus pies calzados demedias
listadas del mismo color predilecto del vestido, se ocultaban en -4- zapatitos de cuero
embarnizado, con tacones encarnados. Me parece que la veo y la oigo, ahora mismo con
embeleso, como acostumbraba al despertarme de mi tranquilo sueño. Limpia, aseada,
después de haberlo ordenado todo en nuestra habitación, está sentada a la puerta, en su
banquito, con la almohadilla de encajes por...
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