Juicio

JUICIO
Desde que mi grupo de filósofos habíamos sido acusados por Ciríaco de faltar el respeto a todos nuestros dioses, no era capaz de conciliar el sueño. Mis ojeras mostraban mi gran preocupación acerca del juicio que cada vez estaba más cerca y cualquier pequeña inspiración o idea me parecía insuficiente para defender la filosofía.
Mis compañeros y amigos, que mantenían una endereza yfirmeza admirable en nuestras pequeñas reuniones y tertulias, estaban aún más nerviosos que yo. Pero agradecía el gesto de que lo disimularan delante de mí. El hecho de ser la portavoz del propio grupo y por tanto la principal defensora en el juicio me proporcionaba una sensación extraña. Una mezcla de orgullo al sentir que confiaban plenamente en mí y a la vez presión. Quizá demasiada presión encimade una cabecita loca como lo es la mía. No nos faltaban argumentos para defender nuestra postura, pero de poco sirven sino sabemos “de qué pata cojea el enemigo”. O más bien, si sabemos de qué pata lo hace pero no sabemos si últimamente usa marrilla.
Cirilo era fundamental en el grupo. Conocía a la perfección a Ciríaco y alrededores y fue ese mismo hecho el que le hizo acabar uniéndose anosotros. Es capaz de imaginarse con qué argumentos nos atacará y de hecho hemos representado el juicio en numerosas ocasiones. Resulta curioso o al menos a mí me lo parece cómo el gran defensor de la mitología, como lo era Cirilo, fue el principal propulsor de montar la escuela de filosofía que a día de hoy tiene las puertas cerradas. De hecho eso es lo que más me duele y por lo que más lucho al mismotiempo. La idea de que las puertas de mi escuela, de nuestra escuela, nunca más se abran me parece una condena torturadora. Implica el cierre de muchas buenas ideas e ilusiones, el cierre de oportunidades y sobretodo el cierre del avance. Y eso duele. Más que cualquier condena física, que, también recibiríamos en caso de perder el juicio. Pero eso no va a ocurrir porque confío plenamente en lafilosofía y en los que vamos de la mano con ella.
Dos días antes del juicio para más inri mi madré enfermó gravemente y mi casa era lo más parecido a un tornado que había visto nunca. Mis hermanos no paraban de andurrear su habitación y a pesar de las estrictas indicaciones de mi padre, con el que no se podía negociar todo sea dicho, caótico era un adjetivo estrecho a la hora de calificar el ampliodesorden que habitaba mi morada. Mi estado de shock era tal que ni siquiera percibía la gravedad de la situación, ni que días después perdería a mi mayor tesoro para siempre. Mi madre.
Menos mal que estaba él, como siempre desde que fundamos la escuela. Para todo. Para lo bueno y para lo malo aunque suene típico a la vez que imposible. Porque ¿qué era lo imposible sino una palabra existente enel diccionario de los cobardes? Y eso me lo enseñó él, Calipso. Le entusiasmó la idea de abrir la escuela desde el primer momento en el que la escuchó y no de mi boca. Yo, insegura a la vez que novata y perspicaz le comenté a mi mejor amiga la emprendedora idea de transmitir nuestras nuevas ideas a los niños, a los deseosos de aprender, era demasiado egoísta por nuestra parte que se quedaran en lamesa de la casa de Alejandra, donde solíamos hacer nuestras tertulias filosóficas. “¿Por qué no?, estás como una cabra” me dijo mi mejor amiga y su sonrisa cómplice me produjo una sensación de apoyo y de calor, sabía de antemano que por loca que fuese la idea le encataría acompañarme para ponerle algo de cordura si era posible.
Cumpliendo con mis espectativas se encargó en pocas semanas dejuntar un buen número de profesores a los que previamente unimos al grupo de tertulianos , debíamos incurcarles las bases del saber filosófico antes de nada, y pronto rechazaron la religiosidad mitológica apasionados con la racionalidad de nuestras ideas y preguntas. Y eso no fue todo sino que aportaron muchas nuevas. Parecía que nada podía ir mejor hasta que Alejandra trajo al que más tarde sería...