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Páginas: 5 (1097 palabras) Publicado: 8 de junio de 2014
ingenio
-
, que a falta de dinero con
tante y sonante, decimos, le había autorizado, tras la rendición
de Pa
ris, a tomar por armas un león de oro pasante sobre
gules con esta di
visa:
Fidelis et fortis
.
Era mucho para el honor, pero mediano para el bienestar. Por eso, cuando el ilustre compañero
del gran Enrique murió, dejó por única herencia al señor su hijo, su espada y su divisa.Gracias a
este doble don y al
nombre sin tacha que lo acompañaba, el señor de Tréville fue admitido en la
casa del joven príncipe, donde se sirvió también de su espada y fue tan fiel a su divisa que Luis
XIII, uno de los buenos aceros del reino, solía decir que si tuviera un amigo en
ocasión de
batirse, le daría por consejo tomar por segundo primero a él, y a Tréville después, y quizáincluso
antes que a él.
Por eso Luis XIII tenía un afecto real por Tréville, un afecto de rey, afecto egoísta, es cierto,
pero que no por ello dejaba de
ser afecto. Y es que, en aquellos tiempos desgraciados, se
buscaba sobre todo ro
dearse de hombres del temple de Tréville. Muchos podían tomar por divisa
el epiteto de fuerte, que formaba la segunda parte de su exergo; pero pocos gentileshombrespodían rec
lamar el epíteto de fiel, que for
maba la primera. Tréville era uno de estos últimos; era
una de esas raras organizaciones, de inteligencia obediente como la del dogo, de valor ciego, de
vista rápida, de mano pronta, a quien el ojo le había sido dado sólo
para ver si el rey estaba
descontento de alguien, y la mano para golpear a ese alguien enfadoso: un Besme, un
Maurevers, unPoltrot de Méré, un Vitry
. En fin, en el caso de Tréville, había fal
tado hasta aquel
entonces la ocasión; pero la acechaba y se pr
ometía cogerla por los pelos si alguna vez pasaba al
alcance de su mano. Por eso hizo Luis XIII a Tréville capitán de sus mosqueteros
, que eran a Luis
XIII, por la devoción o mejor por el fanatismo, lo que sus ordina
rios eran a Enrique III y lo que
su guarda escocesa a Luis XI.
Por su parte, y desde ese punto de vista, el cardenal no le iba a la zaga al rey. Cuando hubo
visto la formidable elite de que Luis XIII se rodeaba, ese segundo, o mejor, ese primer rey de
Francia también había querido tener su gua
rdia. Tuvo por tanto sus mosqueteros como Luis XIII
tenía los suyos, y se veía a estas dos potencias rivales selec
cionar para suservicio, en todas las
provincias de Francia a incluso en todos los Estados extranjeros, a los hombres célebres por sus
estoca
das. Por eso Richelieu y Luis XIII disputaban a menudo, mientras ju
gaban su partida de
ajedrez, por la noche, sobre el mérito de sus servi
dores. Cada cual ponderaba los modales y el
valor de los suyos; y al tiempo que se pronunciaban en voz alta contra
los duelos ycontra las
riñas, los excitaban por lo bajo a llegar a las manos, y concebían un auténtico pesar o una alegría
inmoderada por la derrota o la victoria de los suyos. Así al menos lo dicen las Memorias de un
hombre que estuvo en algunas de esas
derrotas y en muchas de esas victorias.
Tréville había captado el lado débil de su amo, y gracias a esta ha
bilidad debía el largo y
constante favor de unrey que no ha dejado reputación de haber sido muy fiel a sus amistades.
Hacía desfilar a sus mosquete
ros entre el cardenal Armand Duplessis con un aire bur
lón que
erizaba de cólera el mostacho gris de Su Eminencia. Tréville entendía admirablemente bien la
guerra de aquella época, en la que, cuando no se vivía a expensas del enemigo, se vivía a
expensas d
e sus compatriotas: sus soldadosformaban una legión de jaraneros, indisci
plinada
para cualquier otro que no fuera él.
Desaliñados, borrachos, despellejados, los mosqueteros del rey, o mejor los del señor de
Tréville, se desparramaban por las tabernas, po
r los paseos, por los juegos públicos, gritando
fuerte y retorciéndose los mostachos, haciendo sonar sus espuelas, enfrentándose con placer a
los guardias del señor...
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