Julio Cort Zar El Dolo De Las C Cladas

Páginas: 13 (3005 palabras) Publicado: 8 de junio de 2015
JULIO CORTÁZAR
El ídolo de las Cícladas
— Me da lo mismo que me escuches o no – dijo Somoza—. Es así, y me parece
justo que lo sepas.
Morand se sobresaltó como si regresara bruscamente de muy lejos. Recordó que
antes de perderse en un vago fantaseo, había pensado que Somoza se estaba volviendo
loco.
—Perdona, me distraje un momento ––dijo —Admitirás que todo esto. En fin,
llegar aquí yencontrarte en medio de.
Pero dar por supuesto que Somoza se estaba volviendo loco era demasiado fácil.
— Sí, no hay palabras para eso — dijo Somoza—. Por lo menos nuestras
palabras.
Se miraron un segundo, y Morand fue el primero en desviar los ojos mientras la
voz de Somoza se alzaba otra vez con el tono impersonal de esas explicaciones que se
perdían enseguida más allá de la inteligencia. Morand preferíano mirarlo, pero
entonces recaía en la contemplación involuntaria de la estatuilla sobre la columna, y era
como volver a aquella tarde dorada de cigarras y de olor a hierbas en que
increíblemente Somoza y él la habían desenterrado en la isla. Se acordaba de cómo
Thérèse, unos metros más allá sobre el peñón desde donde se alcanzaba a distinguir el
litoral de Paros, había vuelto la cabeza al oír elgrito de Somoza, y tras un segundo de
vacilación había corrido hacia ellos olvidando que tenía en la mano el corpiño rojo de
su deux pièces, para inclinarse sobre el pozo de donde brotaban las manos de Somoza
con la estatuilla casi irreconocible de moho y adherencias calcáreas, hasta que Morand
con una mezcla de cólera y risa le gritó que se cubriera, y Thérèse se enderezó
mirándolo como si nocomprendiera, y de golpe les dio la espalda y escondió los senos
entre las manos mientras Somoza tendía la estatuilla a Morand y saltaba fuera del pozo.
Casi sin transición Morand recordó las horas siguientes, la noche en las tiendas de
campaña a orillas del torrente, la sombra de Thérèse caminando bajo la luna entre los
olivos, y era como si ahora la voz de Somoza, reverberando monótona en el tallerde
escultura casi vacío, le llegara también desde aquella noche, formando parte de su
recuerdo, cuando le había insinuado confusamente su absurda esperanza y él, entre dos
tragos de vino resinoso, había reído alegremente y lo había tratado de falso arqueólogo
y de incurable poeta.
«No hay palabras para eso», acababa de decir Somoza. «Por lo menos nuestras
palabras.»
En la tienda de campaña en lohondo del valle de Skoros, sus manos habían
sostenido la estatuilla y la habían acariciado para terminar de quitarle su falso ropaje de
tiempo y de olvido (Thérèse, entre los olivos, seguía enfurruñada por la reprensión de
Morand, por sus estúpidos prejuicios), y la noche había girado lentamente mientras
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Somoza le confiaba su insensata esperanza de llegar alguna vez hasta la estatuilla porotras vías que las manos y los ojos y la ciencia, mientras el vino y el tabaco se
mezclaban al diálogo con los grillos y el agua del torrente hasta no dejar más que una
confusa sensación de no poder entenderse. Más tarde, cuando, Somoza se fue a su
tienda llevándose la estatuilla y Thérèse se cansó de estar sola y vino a acostarse,
Morand le habló de las ilusiones de Somoza y los dos se preguntaroncon amable ironía
parisiense si toda la gente del Río de la Plata tendría la imaginación fácil. Antes de
dormirse discutieron en voz baja lo ocurrido esa tarde, hasta que Thérèse aceptó las
excusas de Morand, hasta que lo besó y fue como siempre en la isla, en todas partes,
fueron él y ella y la noche por encima y el largo olvido.
—¿Alguien más lo sabe? — preguntó Morand.
—No. Tú y yo. Era justo,me parece — dijo Somoza—. Casi no me he movido
de aquí en los últimos meses. Al principio venía una vieja a arreglar el taller y a
lavarme la ropa, pero me molestaba.
—Parece increíble que se pueda vivir así en las afueras de París. El silencio.
Oye, pero al menos bajas al pueblo para comprar provisiones.
—Antes si, ya te dije. Ahora no hace falta. Hay todo lo necesario, ahí.
Morand miró en la...
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