Julio Verne El Maestro Zacarias
El maestro Zacarías
EL MAESTRO ZACARÍAS
CAPITULO PRIMERO
UNA NOCHE DE INVIERNO
EN la punta occidental del lago al que debe su nombre, encuéntrase situada la
ciudad de Ginebra, dividida en dos barrios distintos por el Ródano, que la atraviesa
al salir del lago. El mismo río está separado por una isla que forma entre sus dos
orillas, en el centro de la población; pero estadisposición topográfica no es privativa
de Ginebra, pues se ve reproducida frecuentemente en los grandes centros de
comercio e industriales. Sin duda sedujo a los primeros habitantes la facilidad de
transporte que les ofrecía el curso de los ríos, caminos que andan solos, según la
frase de Pascal, y que, tratándose del Ródano, son caminos que corren.
Cuando no existían aún construcciones nuevas y regularesen la citada isla,
especie de goleta volandera, en el centro del río, la maravillosa agrupación de
edificios, apiñados unos sobre otros, ofrecía a la vista un aspecto encantador. La
pequeña extensión de la isla había obligado a algunas de dichas construcciones a
sobresalir sobre las estacas clavadas en las rudas corrientes del Ródano, que las
sostenían. Aquellos gruesos maderos, ennegrecidos por eltiempo y roídos por las
aguas, asemejábanse a las patas de un crustáceo gigantesco y producían un efecto
fantástico. Algunas redes amarillentas, verdaderas telas de araña, extendidas en el
seno de aquella sustancia secular, se agitaban en la sombra, como si fueran el follaje
de antiguas selvas de robles; y el río, al pasar por el bosque de estacas, mugía
lúgubremente.
El raro carácter de vetustezque tenía una de las casas de la isla llamaba
poderosamente la atención. Esta casa era la vivienda del viejo relojero el maestro
Zacarías, que la habitaba con Geranda, su hija, Alberto Thun, su aprendiz, y
Escolástica, su anciana sirvienta.
El maestro Zacarías era un hombre extraordinario bajo cualquier aspecto que
se le considerase. Su edad era un enigma para todo el mundo, pues nadie enGinebra, por muy anciano que fuese, podía decir cuánto tiempo hacía que su cabeza,
flaca y puntiaguda, vacilaba sobre sus hombros, ni qué día fue el primero en que se
le vio andar por las calles de la población, con sus largos cabellos blancos flotando a!
aire. Más que vivir, aquel hombre oscilaba a la manera de los volantes de los relojes.
Su rostro enjuto y cadavérico, que afectaba matices sombríos,tiraba a negro, como
los cuadros de Leonardo de Vinci.
Geranda, la hija, ocupaba el aposento mejor de la vieja casa, de donde, por una
ventana estrecha, contemplaba melancólicamente las nevadas cumbres del Jura; la
alcoba y el taller del viejo ocupaban una especie de cueva situada casi al nivel del río,
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El maestro Zacarías
y cuyo piso descansaba directamente sobre las mismas estacas.Desde tiempo
inmemorial, el maestro Zacarías no abandonaba sus habitaciones sino a la hora de
comer y cuando iba a la ciudad a arreglar algún reloj. El resto del tiempo lo pasaba
sentado frente a un banco cubierto de numerosas herramientas de relojería, de las
cuales la mayor parte habían sido inventadas por él mismo.
Era hombre tan entendido, que sus obras eran muy apreciadas en toda Francia
yAlemania, y (os operarios más industriosos de Ginebra reconocían su
superioridad, hasta) tal punto, que, considerado como un honor para la población,
lo mostraban a los extranjeros, diciendo:
— A él pertenece la gloria de haber inventado la rueda de escape.
Efectivamente, con esta invención del maestro Zacarías nació el verdadero arte
de la relojería, que tan extraordinaria importancia llegó mástarde a adquirir en
Ginebra.
Terminado el trabajo, tan prolongado como maravilloso, el anciano colocaba
todos los días, lentamente, las herramientas en su sitio, cubría con pequeños fanales
las piezas finas que acababa de ajustar y dejaba en reposo la activa rueda de su
torno; luego, alzaba una trampilla, practicada en el suelo de su taller, y pasaba allí
horas enteras contemplando los brumosos...
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