Kargul 03 La Princesa Sometida Alaine Scott
CUENTOS ERÓTICOS DE KARGUL
VOLUMEN III
© 2013, Alaine Scott
Diseño de portada: Helen C. Rogue
Foto de portada: Makemehappy (Deviantart)
ASIN:
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intelectual.
ÍNDICE
CAPITULO UNO
CAPITULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPITULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCECAPÍTULO QUINCE
EPÍLOGO
Para mis panteras, las mejores seguidoras del mundo mundial.
Sin vosotras, Kargul no sería el mismo lugar.
Os quiero.
CAPITULO UNO
—¡No llores!
La mano abierta voló hasta chocar contra la mejilla de la pequeña Rura, que cayó al suelo de
rodillas y se mordió los labios con fuerza para acallar los sollozos que hasta aquel momento salían
desgarradores por su boca. El pequeñocuerpecito tembló cuando vio que su padre volvía a moverse
con la mano levantada, yendo hacia ella.
Al final el príncipe Nikui se detuvo muy cerca, pero no volvió a pegarla. Se quedó allí
mirándola, resollando enfurecido, hasta que habló.
—Nunca debiste haber nacido. No sirves para nada.
Salió de allí, dejando a la pequeña Rura, de seis años, temblando en el suelo de su habitación.
Rura sabía que supadre tenía razón. Estaba maldita. Su nacimiento fue un error, y con su
llegada causó la muerte de su madre Surebu, la concubina favorita del príncipe heredero. Nunca
permitían que lo olvidase. Ninguno de ellos.
Se levantó y arrastró sus pequeños piececitos hasta el camastro que le hacía de cama. Su
habitación era diminuta, comparada con las de sus hermanas. Claro que ella era una bastarda e hijade una esclava, y sus hermanas, princesas imperiales.
Rura no tenía muy claro qué significaba ser una bastarda, pero sabía que era algo malo
porque cuando la llamaban así, lo hacían en un tono de desprecio que la hacía temblar y le provocaba
ganas de llorar.
Pero una princesa no debía llorar, se lo había oído decir a su padre muchas veces.
Nadie la llamaba así, princesa, excepto ella misma. Al finy al cabo era hija de un príncipe,
¿no? así que por fuerza tenía que ser una princesa.
Se metió dentro del camastro y se acurrucó, tapada con la manta.
¿Por qué su padre no la quería? Lo había visto con sus hermanas, y con ellas era hasta
cariñoso. Las hacía reír y las acariciaba. Pero nunca a Rura.
Su pequeña cabecita dio vueltas y más vueltas. Había muchas cosas que no comprendía aún,
pero seharía mayor y las entendería. Estaba tan segura de eso como de que cada día salía el sol, y
que en invierno, nevaba. Encontraría la manera de que su padre la amase, se dijo cerrando los ojitos.
—Es la hora.
La voz de Kayen resonó por el cuarto donde Rura había estado recluida desde su traición.
Había enviado a un asesino a por su marido, el gobernador, y había fallado. Kayen seguía vivo y su
padrela había abandonado a su suerte al darle carta blanca para que la castigase como mejor le
pareciese, aunque por lo menos había tenido la deferencia de pedirle que no la ajusticiara. Todo un
detalle por su parte, pensó con sarcasmo.
Otra vez sola, y abandonada.
Respiró con resignación y se levantó, orgullosa. Su orgullo era lo único que le quedaba en estos
momentos.
—¿No vas a cambiar de opinión?—le preguntó, altiva, mirándolo a los ojos. Era guapo, tenía
que admitirlo a su pesar. Alto y ancho de hombros, con una larga melena negra y brillante como una
noche estrellada. La observaba con sus preciosos ojos grises, ensombrecidos con un tenue manto de
tristeza. ¿Sería posible que, a pesar de sus actos, le tuviese lástima?
—No. Pasarás el resto de tu vida encerrada en el monasterio de las...
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