kevin
En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automóviles, los tranvías, las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los "colectivos", se esfumaban en la niebla gris-azulada y todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la estridencia característica de los neumáticos rodando sobre el asfalto húmedo y sonoro y surgía tambiénsolitario y escuálido, el silbido vagabundo del transeúnte invisible. Esta tarde se parecía a la tarde del vals sentimental y huachafo que, hace muchos años, cantaban los currutacos de las tiorbas:
¡La tarde era triste,
la nieve caía!...
Por la acera izquierda de la Alameda iba Chupitos, a su lado el cholo Feliciano Mayta. Chupitos era un zambito de diez años, con ojos vivísimos sombreados porlargas pestañas y una jeta burlona que siempre fruncía con estrepitoso sorbo. Chupitos le llamaron desde que un día, hacía un año más o menos, sus amigos le encontraron en la puerta de la botica de San Lázaro pidiendo:
-¡Despáchabame esta receta!...
Uno de los ganchos, Glicerio Carmona, le preguntó:
-¿Quién está enfermo en tu casa?
-Nadies...Soy yo que me ha salido unoschupitos... Y con "Chupitos" quedó bautizado el mocoso que ahora iba con Feliciano, Glicerio, el bizco Nicasio, Faustino Zapata, pendencieros de la misma edad que vendían suertes o pregonaban crímenes, ávidamente leídos en los diarios que ofrecían. Cerraba la marcha Ricardo, el famoso Ricardo que, cada vez que entraba a un cafetín japonés a comprar un alfajor o un comeycalla, salía, nadie sabíacómo, con dulces o bizcochos para todos los feligreses de la tira:
-¡Pestaña que tiene uno, compadre!
Gran pestaña, famosa pestaña que un día le falló, desgraciadamente, como siempre falla, y que costó una noche íntegra en la comisaría de donde salió con el orgullo inmenso de quien tiene la experiencia carcelera que él sintetizaba en una frase aprendida de una crónica policial:
-Yo soyun avesado en la senda del crimen...
El grupo iba en silencio. El día anterior, Chupitos había perdido su trompo, jugando a la "cocina" con Glicerio Carmona, ese juego infame y taimado, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza. Un juego que consiste en ir empujando el trompo contrario hasta meterlo dentro de un círculo, en la "cocina", en donde el perdidoso tiene que entregar eltrompo cocinado a quien tuvo la habilidad rastrera de saberlo empujar.
No era ese un juego de hombres. Chupitos y los otros sabían bien que los trompos, como todo en la vida, deben pelearse a tajos y a quiñes, con el puñal franco de las púas sin la mujeril arteria del evangelio. El pleíto tenía siempre que ser definitivo, con un triunfador y un derrotado, sin prisionero posible para elorgullo de los mulatos palomillas.
Y, naturalmente, Chupitos andaba medio tibio por haber perdido su trompo. Le había costado veinte centavos y era de naranjo. Con esa ciencia sutil y maravillosa, que sólo poseen los iniciados, el muchacho había acicalado su trompo así como su padre acicalaba sus ajisecos y sus giros, sus cenizos y sus carmelos, todos esos gallos que eran su mayor y su más...
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