King Stephen El Juego De Gerald

Páginas: 554 (138285 palabras) Publicado: 13 de abril de 2015

EL JUEGO DE GERALD
Titulo original en ingles Gerald's Gome
Traducción María Vidal
de la primera edición de The Viking Penguin, Nueva York, 1992
©1992, Stephen King
© 1993, Ediciones Gnjalbo, S A Aragó, 385, Barcelona
D R © 1993 por EDITORIAL GRIJALBO, S A de CV
Calz San Bartolo Naucalpan núm 282
Argentina Poniente 11230 Miguel Hidalgo, México, D F
Este libro no puede ser reproducido,total o parcialmente,
sin autorización escrita del editor
ISBN 970 05-0405-0 IMPRESO EN MÉXICO
Este libro se dedica,
con cariño y admiración,
a seis mujeres estupendas:
Margaret Spruce Morehouse Catherine Spruce Graves
Stephanie Spruce Leonard Anne Spruce Lahree
Tabitha Spruce King Marcella Spruce



[Sadie] se recobró. Nadie hubiera podido describir el despre­cio que reflejaba su rostro ni elodio desdeñoso con que impreg­nó su respuesta:
—¡Hombres! ¡Inmundos cerdos lascivos! Todos sois iguales. Todos. ¡Cerdos! ¡Cerdos!

W. Somerset Maugham: Lluvia

1


Jessie oía el ligero e irregular batir de la puerta trasera, im­pulsada por el viento de octubre que envolvía la casa. La jamba se hinchaba siempre al llegar el otoño y había que dar un tirón realmente enérgico para que la puerta quedasebien cerrada. En aquella ocasión, se les había olvidado. Pensó en decirle a Gerald que fuese a encajarla como era debido antes de que se metieran en harina o de que aquel repiqueteo acabase por volverles locos. Luego se le ocurrió que eso resultaría de lo más ridículo, dadas las circunstan­cias. Destrozaría todo el encanto.
«¿Qué encanto?»
Ésa era una buena pregunta. Y cuando Gerald introdujo latija del llavín en la segunda cerradura, cuando oyó el leve chasquido metálico por encima de su oreja izquierda, Jessie comprendió que, al menos para ella, el encanto era algo que ya no merecía la pena preservar. Precisamente por eso se había dado cuenta, para empezar, de que la puerta no estaba bien cerrada. El hechizo, la excitación sexual de aquellos juegos de amo y esclava no duró mucho paraJessie.
Sin embargo, no podía decirse lo mismo respecto a Ge­rald. En aquel momento sólo llevaba encima unos pantalo­nes cortos «Jockey» y Jessie no tuvo más que alzar la vista hasta su rostro para percatarse de que el interés de Gerald se mantenía firme.«Esto es una estupidez», pensó Jessie, pero todo aquel asunto, no sólo era estúpido. También resultaba un poco pavoroso. No le gustaba reconocerlo,pero era así.
—Gerald, ¿por qué no nos olvidamos de esto?
El hombre titubeó un segundo, ligeramente fruncido el entrecejo, y luego cruzó el dormitorio y se llegó al tocador situado a la izquierda de la puerta del cuarto de baño. Se le iluminó un poco el semblante. Jessie le observó desde la cama, donde estaba echada, con los brazos levantados y ex­tendidos, lo que la confería cierta apariencia deFay Wray encadenada y a la espera del gran simio de King Kong. Te­nía las muñecas sujetas a las columnas de caoba de la cama mediante sendas esposas. La cadena de los grilletes permiti­rían a cada una de las manos un movimiento de unos quin­ce centímetros. No gran cosa.
Gerald dejó las llaves encima del tocador —dos chasqui­dos apenas perceptibles, pero el oído de Jessie parecía ex-cepcionalmenteagudo para tratarse de un miércoles por la tarde— y regresó junto a Jessie. En la blancura del alto techo de la alcoba, por encima de la cabeza de Gerald, se reflejaba el baile sinuoso de las ondulaciones que el lago dibujaba en su superficie.
—¿Qué te parece? Para mí, esto ha perdido una barbari­dad de su encanto.
Prudentemente, Jessie se abstuvo de añadir: «Y lo cierto es que, para empezar,nunca tuvo mucho».
Gerald esbozó una mueca. Tenía un rostro ancho, de piel rosácea, bajo una cabellera negra como el azabache y cuyas entradas laterales hacían que el pelo rematase en punta sobre la frente. Aquella mueca de Gerald, que no lle­gaba a sonrisa, tenía algo que a Jessie no le gustaba. No po­día determinar qué era ese algo, pero...
«Ah, claro que puedes determinarlo. Le da aspecto de...
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