La banalidad de la crueldad
Esto me condujo alestudio de Hannah Arendt sobre Eichmann, después de que los servicios de inteligencia judíos lo raptaran de Buenos Aires y lo llevaran a Jerusalén para ser juzgado por sus crímenes de lesa humanidaddurante la Segunda Guerra. Ya prisionero en esa ciudad, Eichmann fue entrevistado en distintas oportunidades por seis psiquiatras distintos, esperando que alguno de ellos, por supuesto, diera con lasclaves de ese comportamiento asesino que llevó a millones de judíos a morir en los campos de exterminio. Se esperaba que en las capas más profundas de la psicología de este nazi apareciera un sadismoextremo que les permitiera a los médicos investigar las causas de un comportamiento anormal semejante.
Los seis psiquiatras dieron un veredicto similar: Eichmann no sólo era completamente normal, sinoincluso un tipo aburrido. Sus relaciones familiares, tanto con sus hijos como con sus propios padres, eran modélicas, impecables. No había ningún rasgo violento o psicopático, como creyeron losanalistas al principio. Durante los años de exilio en Argentina jamás había presentado inclinaciones extrañas o tendencias a agredir a otros. Su trabajo en la Mercedes Benz y su vida familiar eran reposados,rutinarios, como los de cualquier trabajador común y corriente. Incluso sus familiares y sus compañeros de trabajo lo recordaron siempre con afecto, como un tipo decente, respetuoso y afectuoso conlos demás. Algo de no creer.
Eso llevó a Hannah Arendt a acuñar un término terrible: la banalidad del mal. Es decir, Eichmann no disfrutaba con las masacres, ni era un megalómano enfurecido, ni era...
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