la belleza inutil
I
Delante de la escalinata del palacio esperaba una victoria muy elegante, tirada por dos magníficos caballos negros. Era a fines del mes de junio, a eso de las cinco y media de la tarde, y por entre el recuadro de tejados del patio principal se distinguía un cielo rebosante de claridad, luz y alegría.
La condesa de Mascaret apareció en la escalinata, en el momento mismo enque su marido, de regreso, entraba por la puerta de coches. Se detuvo unos segundos para contemplar a su mujer, y palideció ligeramente. Era muy hermosa, esbelta, y el óvalo alargado de su cara, su cutis de brillante marfil, sus rasgados ojos grises y negros cabellos le daban un aire de distinción. Subió ella al carruaje sin dirigirle una mirada, como si no lo hubiese visto, con actitud tanaltanera que el marido sintió en el corazón una nueva mordedura de los celos que lo devoraban desde hacía mucho tiempo. Se acercó y la saludó, diciendo:
-¿Sale usted de paseo?
Ella dejó escapar cuatro palabras por entre sus labios desdeñosos:
-Ya lo ve usted.
-¿Al Bosque?
-Es probable.
-¿Me permitirá acompañarla?
-Usted es el dueño del carruaje.
Sin manifestar extrañeza por el tono en que ellale contestaba, subió al coche, tomó asiento junto a su mujer y ordenó:
-Al Bosque.
El lacayo saltó al pescante, junto al cochero, y los caballos, siguiendo su costumbre, piafaron y saludaron con la cabeza, hasta que pisaron la calzada de la calle.
Los dos esposos permanecían uno al lado del otro, sin despegar los labios. El marido buscaba la manera de trabar conversación, pero era tal la durezadel semblante de su mujer, que no se arriesgaba a ello.
Deslizó disimuladamente su mano hacia la mano enguantada de la condesa, y tropezó con ella como por casualidad; pero su mujer retiró el brazo tan vivamente y con un gesto de tal repugnancia, que lo dejó desconcertado, a pesar de sus hábitos autoritarios y despóticos.
Entonces dijo en voz baja:
-¡Gabriela!
Ella le preguntó, sin volver lacabeza:
-¿Qué quiere usted?
-La encuentro a usted adorable.
Ella no contestó, y siguió arrellanada en el coche con aire de reina irritada.
Subían por la cuesta de los Campos Elíseos hacia el Arco de Triunfo de la Estrella. A un extremo de aquella larga avenida, el inmenso monumento abría su arco colosal sobre un cielo rojo. Parecía que el sol, cayendo sobre él, levantaba por todo el horizonteun polvillo de fuego.
Los carruajes, salpicados de destellos luminosos en los cobres, en la plata y en la cristalería de sus arneses y linternas, formaban un río de doble corriente, una hacia el Bosque, la otra hacia la ciudad.
El conde Mascaret volvió a decir:
-¡Mi querida Gabriela!
Ella, entonces, sin poderse contener más, le replicó con voz exasperada:
-Le ruego que me deje en paz. Ya no mequeda ni la libertad de pasear sola en mi coche.
Hizo él como que no la había oído, e insistió:
-Está usted hoy más hermosa que nunca.
La mujer, que había llegado al limite de su paciencia, le contestó, abandonándose a su cólera:
-Hace usted mal en fijarse en mi hermosura, porque yo le juro que jamás volveré a ser de usted.
Esta vez sí que el marido quedó estupefacto y desconcertado; pero,dejándose llevar por sus hábitos de violencia, lanzó un "¿Cómo dice usted?", que delataba, más que al hombre enamorado, al amo brutal.
Aunque sus servidores no podían oírlos, por el ruido ensordecedor de las ruedas, ella repitió en voz baja:
-¡Ya está ahí el de siempre! ¿Cómo dice usted? ¿Cómo dice usted? Pues bien: ¿se empeña en que se lo diga?
-Sí.
-¿En que yo se lo diga todo?
-Si.
-¿Todolo que llevo como un peso encima del corazón desde que vengo siendo la victima de su egoísmo feroz?
El marido se había puesto rojo de asombro y de irritación; y gruñó con los dientes cerrados:
-Sí, hable usted.
Era hombre de mucha estatura, hombros anchos, poblada barba roja; un hombre apuesto, un caballero del gran mundo, reputado de marido modelo y padre excelente.
Por vez primera desde que...
Regístrate para leer el documento completo.