La boina roja
El bullicio de la sala se aquieta. La secretaria le hace una seña. Élcomienza a aproximarse y también a sentir cómo su corazón se acelera, tanto que podría jurar que el público es capaz de ver el movimiento por debajo de su camisa. Le tiritan las piernas, le suda el rostro.Experimenta un mareo fugaz que se disipa cuando se aferra al borde de la tarima. Ve los miles de ojos mirándolo y siente náuseas. Se le nubla la vista. Oprime los párpados e intenta focalizar. Condificultad busca en la periferia, en los bordes oscuros de la sala. Sabe que de estar allí no va a ubicarse en el centro. Pero no la ve. Eso representa un mínimo de alivio. Tras la escueta presentacióntoma el micrófono, ya concentrado en el tema y por fuera de la densidad de las miradas. Lee pausado, en un tono de voz que siente cómodo y supone ameno para el auditorio. No despega los ojos del papeldurante los primeros diez minutos. Hasta que una tosecita, sutil pero constante, lo distrae. Entonces sube por un momento la vista, sin dejar de hablar, para hacer callar, con el gesto, al perturbador.Una mujer mayor, gorda y coqueta sentada en la mitad del recinto, se tapa la boca con un pañuelo intentando amortiguar la tos. Avergonzada se inquieta en su asiento y mira a los costados con...
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