Durante los títulos de crédito, suena la música compuesta por Dimitri Tiomkin; el leit-motiv es un tema religioso de cierto halo funerario: una melodía que sintetiza el espíritu de la película, unréquiem al final de una época marcada por una determinada civilización. Conociendo las inclinaciones ideológicas de su productor, Samuel Bronston, se puede interpretar que la película identifica alImperio Romano como una especie de paraíso perdido, y al que su corrupción interna lo empuja hacia la destrucción: de hecho no faltan escenas llenas de figurantes que bailan felices gracias al oro con elque Cómodo los ha comprado en Roma, la nueva Babilonia: esa nueva Babilonia podría ser, sugiere Broston, la misma en que se puede convertir el mundo occidental coetáneo a él, en el que tuvieron lugardiversas convulsiones sociales. De ahí que en el último plano de la película —un plano general en el que la mitad del encuadre queda cubierta por el humo de un fuego que consume a los amigos de Lucilay Livio mientras que en la segunda estos descienden por una escalinata, declinando la oferta de reinar como emperadores, horrorizados por la barbarie— se preste a lecturas conservadoras del filme.Dejando al lado esas disquisiciones, lo cierto es que de todas las producciones de Samuel Broston filmadas en España, es la única que conserva cierto prestigio. El crítico Quim Casas notó en suanálisis del filme que «se nota en la película la pugna entre los conceptos del productor y las ideas del director: esta colisión de intereses da a veces estimables frutos, como en la secuencia del desfile depríncipes, embajadores y procónsules: es un momento muy propio de Bronston, pero Mann le usurpa premeditadamente algo de solemnidad con las divertidas confusiones de Marco Aurelio y su consejerogriego Timónides, incapaces de saber la identidad de la mitad de los personajes que lo saludan»; o en una escena con carreras de cuadrigas entre Cómodo y Livio, concebida como «expresión de una...
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