La camara obscura
—¿Qué ha pasado? —preguntaban algunos hombres en el bar.
—Ha regresado el juez de la paz, y está muy enfermo.
—Pero, ¿cómo? ¡Él lo que tienees asma y, bueno sus constantes de muelas!
—Pero eso se resuelve con un sorbo de coñac.
—¡Ja! Eso de enfermo hay que verlo para creerlo.
Malaquías Sotelo era el hombre del que tanto hablaban en el bar. Era un indio de baja estatura y cuello corto. Tenía la mandíbula cuadrada, y su particularidad era su frente baja, tan baja que el cabello le comenzaba a nada más dos dedos de las cejas negras yespesas. Y siempre miraba de esa manera tan desconfiada con sus pequeños ojos oscuros, sobre todo cuando sufría de sus ataques de asma, y sus ojos se tornaban más desconfiados, como los de un animal acorralado.
Además, era un hombre incapaz de gastar un solo centavo, fuera en lo que fuera, pero estaba lleno de voluntad. Desde joven había sido soldado, pero había tenido que dejarlo de golpe.Entonces, sentado en el vestíbulo, había aprendido solo a leer la prensa. Fue en ese entonces cuando no hizo falta adivinar las aspiraciones de indiecito silencioso… Y un tiempo después, lo vieron en el pueblo sentado como el juez de paz. Claro, era un hombre de cultura, una cultura que no siempre dejaba ver, y que había adquirido a escondidas. Y después de su muerte, fue que se pudo saber que era tanculto.
—¿Pero el señor Malaquías está casado, no es cierto? —preguntaba otro hombre en el bar.
—Sí —respondió la mujer que servía los tragos—, se casó recientemente con una polaca llamada Elena, de apellido Pilsudki. Esta muchacha lo había estado persiguiendo por ocho años, hasta que el hombre por fin cedió.
—Vaya que el hombre tenía buen ojo —dijo el mismo tipo—, la mujer trabaja como un peónen su hacienda, y mira con recelo y ferocidad a todo el que se acerca.
—Su suegro es un hombre que todos conocemos aquí —intervino un fotógrafo que acababa de llegar—. Don Estanislao Pilsudski.
Estanislao Pilsudski era un hombre que, a pesar de que no estaba con los hombres del bar todas las tardes, honraban a este con su presencia de vez en vez. Siempre lucía su larga barba, enmarcando su caradelgada. Siempre iba calzado con botas nuevas y su traje negro y largo.
—¡Ah, sí! Corazón-lindito —intervino la mujer que atendía el bar. Le decían de esta forma porque era la expresión habitual que utlizaban en el pueblo para calificar la hombría y bondad de los hombres.
Un rato más tarde, el fotógrafo abandonó el bar, antes de anochecer, dejando a todos en el lugar con la misma duda: ¿deverdad estaba enfermo el juez Malaquías Sotelo?
Este fotógrafo fue el primero en enterarse. De regreso a su casa, un joven detuvo su caballo.
—¡Señor! —le detuvo—. ¿Ha escuchado usted los rumores sobre el juez de la paz?
—Sí, joven pero, ¿por qué lo dice? —respondió el fotógrafo.
—Al parecer no son mentiras, señor, yo mismo lo vi llegar anoche, vaporoso por la carrera hasta Iguazú. Sus criadostuvieron que bajarlo en brazos, pues llegaba muy enfermo, y lo iban a dejar en casa de unos familiares, para llevarlo en coche hasta su casa.
—Pero, ¿qué es lo que tiene el señor Sotelo? —inquirió el fotógrafo.
—No podría decirle con exactitud, señor, sólo sé que no puede hablar porque tiene un resuello en la garganta.
—¡Bah! De seguro es sólo un vulgar acceso de asma, la gente de este puebloexagera mucho las cosas.
—¡Pero si yo mismo lo he visto! Si no me cree, vaya usted a verlo.
El fotógrafo siguió su marcha con su caballo, dejando al muchacho en el medio del camino. Estaba tan escéptico que en diez minutos se halló dejando su caballo en la entrada del galpón de la hacienda, en donde se encontraba el juez de la paz. El juez estaba en una especie de chalet, dividido en varias...
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