La Carta de Jamaica
CARTA DE JAMAICA
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Agosto, 2008.
Impreso en la República Bolivariana de Venezuela.
Depósito Legal: lf87120083202710
Muy señor mío:
Me apresuro a contestar la carta de 29
del mes pasado que usted me hizo el
honor de dirigirme, y yo recibí con la
mayor satisfacción.
Contestación de un
americano meridional
a un caballero de esta isla
Sensible como debo, al interés que
usted ha querido tomar por la suerte
de mi patria, a�igiéndose con ella por
los tormentos que padece desde su
descubrimiento hasta estos últimos períodos, por parte de sus destructores
los españoles, no siento menos el com
�
prometimiento en que me ponen las
solícitas demandas que usted me hace,
sobre los objetos más importantes de la
política americana. Así, me encuentro
en un con�icto, entre el deseo de corres
ponder a la con�anza con que usted me
favorece, y el impedimento de satisfacerle, tanto por la falta de documentos
y de libros, cuanto por los limitados
conocimientos que poseo de un país tan
inmenso, variado y desconocido como
el Nuevo Mundo.
En mi opinión, es imposible responder
a las preguntas con que usted me ha
honrado. El mismo barón de Humboldt,
con su universalidad de conocimientos
teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud, porque aunque una parte de
la estadística y revolución de América
�
es conocida, me atrevo a asegurar que la
mayor está cubierta de tinieblas y, por
consecuencia, sólo se pueden ofrecer
conjeturas más o menos aproximadas,
sobre todo en lo relativo a la suerte
futura y a los verdaderos proyectos de
los americanos; pues cuantas combi
naciones suministra la historia de las
naciones, de otras tantas es susceptible
la nuestra por sus posiciones físicas,
por las vicisitudes de la guerra y por los
cálculos de la política.
Como me conceptúo obligado a prestar
atención a la apreciable carta de usted,
no menos que a sus �lantrópicas miras,
me animo a dirigir estas líneas, en las
cuales ciertamente no hallará usted las ideas luminosas que desea, mas sí las inge
nuas expresiones de mis pensamientos.
�
“Tres siglos ha –dice usted– que empe
zaron las barbaridades que los españoles
cometieron en el grande hemisferio de
Colón”. Barbaridades que la presente
edad ha rechazado como fabulosas,
porque parecen superiores a la perver
sidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes
y repetidos documentos no testi�casen
estas infaustas verdades. El �lantrópico
obispo de Chiapa, el apóstol de la Amé
rica, Las Casas, ha dejado a la posteridad
una breve relación de ellas, extractada
de las sumarias que siguieron en Sevilla
a los conquistadores, con el testimonio
de cuantas personas respetables había
entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se hi
cieron entre sí: como consta por los más
sublimes historiadores de aquel tiempo.
�
Todos los imparciales han hecho justicia
al celo, verdad y virtudes de aquel amigo
de la humanidad, que con tanto fervor
y �rmeza denunció ante su gobierno y
contemporáneos los actos más horroro
sos de un frenesí sanguinario....
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