La casa de los conejos

Páginas: 96 (23959 palabras) Publicado: 17 de enero de 2012
Laura Alcoba

LA CASA DE LOS CONEJOS

Traducción: Leopoldo Brizuela

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Diseño de cubierta: Pepe Far

Primera edición en Argentina: abril de 2008 Primera reimpresión: mayo de 2008 Segunda reimpresión: junio de 2008

Editions Gallimard. París, 2007 © Laura Alcoba, 2007 © de la traducción: Leopoldo Brizuela, 2007 © de la presente edición: Edhasa, 2008 Avda. Diagonal, 519-521 08029Barcelona Tel. 93 494 97 20 España E-mail: info@edhasa.es Avda. Córdoba 744, 2º piso C C1034AAT Capital Federal Tel. (11) 43 933 432 Argentina E-mail: info@edhasa.com.ar ISBN: 978-987-628-019-8 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio oprocedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Impreso por Cosmos Print S.R.L. Impreso en Argentina

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A Diana E. Teruggi

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Un recuerdo, amigo mío sólo vivimos antes o después. Gérard de Nerval

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Te preguntarás, Diana, por qué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia. Mehabía prometido hacerlo un día, y más de una vez terminé diciéndome que aún no era el momento. Había llegado a creer que lo mejor sería esperar a hacerme vieja, y aun muy vieja. La idea me resulta extraña ahora, pero durante largo tiempo estuve convencida. Debía esperar a quedarme sola, o casi. Esperar a que los pocos sobrevivientes ya no fueran de este mundo o esperar más todavía para atreverme aevocar ese breve retazo de infancia argentina sin temor de sus miradas, y de cierta incomprensión que creía inevitable. Temía que me dijeran: “¿Qué ganas removiendo todo aquello?”. Y me abrumaba la sola perspectiva de tener que explicar. La única salida era dejar hacer al tiempo, alcanzar ese sitio de soledad y liberación que, así lo imagino, es la vejez. Eso pensaba yo, exactamente. Y luego, undía, ya no pude tolerar la idea. De pronto, ya no quise esperar a estar tan sola, ni a ser tan vieja. Como si no me quedara tiempo. Ese día, estoy convencida, se corresponde con un viaje que hice a la Argentina, en compañía de mi hija, a fines del año 2003. En los mismos lugares, yo investigué, encontré gente. Empecé a recordar con mucha más precisión que antes, cuando sólo contaba con la ayuda delpasado. Y el tiempo terminó por hacer su obra más rápidamente que lo que yo había imaginado jamás: a partir de entonces, narrar se volvió imperioso. Aquí estoy. Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me he decidido, porque muy a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos. Más aún:estoy convencida de que es imprescindible pensar en ellos. Esforzarse por hacerles, también a ellos,

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un lugar. Esto es lo que he tardado tanto en comprender, Diana. Sin duda por eso he demorado tanto. Pero antes de comenzar esta pequeña historia, quisiera hacerte una última confesión: que si al fin hago este esfuerzo de memoria para hablar de la Argentina de los Montoneros, de la dictaduray del terror, desde la altura de la niña que fui, no es tanto por recordar como por ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco.

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La Plata, Argentina, 1915. Todo comenzó cuando mi madre me dijo: “Ahora, ¿ves?, nosotros también tendremos una casa con tejas rojas y un jardín. Como querías”. Hace ya varios días que vivimos en una nueva casa, lejos del centro, a orillas de losinmensos terrenos baldíos que rodean La Plata esa franja que ya no es la ciudad ni es, aún, el campo. Frente a la casa hay una antigua vía de ferrocarril desafectada, basuras y desechos abandonados, al parecer, hace ya mucho tiempo. De cuando en cuando, una vaca. Hasta hace muy poco, vivíamos en un pequeño departamento de una torre de hormigón y vidrio de la Plaza Moreno, justo al lado de la casa...
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