El Matadero (1), discurso literario producido por Esteban Echeverría, estuvo oculto por treinta años a la mirada indiscreta de los personajes reales que componían parte de la materialidad de su escritura. Era una pintura cruda y singular de la percepción con que un sector de la población, los unitarios, pro-franceses y románticos, describía la crueldad de sus enemigos políticos, los federales,pro–hispánicos y romántico, en un contexto particular, la Buenos Aires de Cuaresma de 1841, que según la historiografía oficial, inauguró la década más sanguinaria del gobierno de Juan Manuel de Rosas. La misma figura de Echeverría encierra las dicotomías de su época, cuando afirma la necesidad de ocuparse de las clases oprimidas pero al mismo tiempo ve a las mismas como la herramienta del dictadory por lo tanto las desprecia y considera inferiores, casi sin posibilidad de integrarse al proyecto de país que delinearía el Salón Literario, y llevaría a la acción la Generación del ’80. Paradoja que aún constituye nuestra identidad como nación, que casi con el mismo criterio, construye la idea de país a partir de la exclusión de aquellos que no responden al estereotipo deseado. Con la mismaferocidad que en el siglo XIX se expulsaba de la construcción de nacionalidad al negro, al indio, al gaucho, hoy se excluye al indigente, a quien se lo califica como entonces: una identidad irrecuperable para conformar el ser argentino. Las clase “pudientes” como la parte “sana y decente” de la población hace cien años, busca construir un país a su imagen y semejanza; con la diferencia de que ahoraexpulsa y además se cierra sobre sí misma no expandiéndose sino cerrándose en cotos. Las reservaciones indias de antaño han cambiado de signo, por un lado están las villas como la 31 en el barrio de Retiro, y, por otro, los countries y los shoppings, los barrios enrejados, habitados por ciudadanos que viven prisioneros de la nación que construimos, mientras, como en la Edad Media, el pueblo gira enlos alrededores, esperando las migajas, convertidos en una amenaza constante.
La tentación de hablar de las dicotomías eternas de nuestra historia a través del enfrentamiento sustancial entre unitarios y federales, poniendo en la mira una oposición sin tamices entre los unos y los otros, los nuestros y los otros, para señalar el germen de violencia de nuestra entidad, no es nuevo en ladramaturgia. Desde Juan Bautista Alberdi hasta el presente, recordemos sólo como algunos de los ejemplos posibles La malasangre (1982) de Griselda Gambaro, o las textualidades de Ricardo Monti, Una Pasión Sudamericana (1989) y Finlandia (2002). La dramaturgia más reciente también retoma esa temática y expone sin una tesis única la problemática de una identidad fragmentada. Entre ellas, reconocemostextualidades como Pájaros jóvenes (2009), de Ariel Farace, Bello (2009), de Mariana Chaud, La tabla refalosa o La refalosa en tabla (2009), de Carolina Balbi.
¿Qué es lo que hace diferente, la propuesta que el espacio del Centro Cultural Rojas propone en este nuevo trabajo escénico? La respuesta es múltiple. El texto de Echeverría está fracturado y vaciado para luego ser estructurado en secuenciasque van más allá del relato primigenio, e incorpora como en una cabalgata del horror, todos los momentos históricos en que la corporalidad de los habitantes de este, nuestro país, sufrió un tratamiento similar al de los animales en el matadero. En Fronteras y territorios federales de las pampas del sur, Álvaro Barros denuncia:
“Creen que acabar con los bárbaros es lo mismo que acabar con labarbarie, sin fijarse que sólo la verdadera barbarie puede aceptar como un medio el exterminio, la matanza de una parte de la humanidad en provecho de otra parte que se cree civilizada. Matar a los bárbaros es enseñar la barbarie a los que aprovechan con la matanza, y para acabar con la barbarie es necesario verter la menor sangre posible; es necesario respetar la vida, para enseñar a respetarla”...
Leer documento completo
Regístrate para leer el documento completo.