La Cena De Los Bustos

LA CENA DE LOS BUSTOS – GASTON LEROUX
El capitán Michel tenia solamente un brazo,que le servia para fumar su pipa. Era un viejo lobo de mar a quien yo había conocido junto a otros cuatro lobos de mar, un anochecer, durante el aperitivo, en la terraza de un café de la vieja Dársena de Tolón. Asi tomamos el habito de reunirnos alrededor de los platillos, a dos pasos del agua chapaleante y de losbarquichuelos danzarines, a la hora en la que el sol desciende por el lado de Tomaris.
Los cuatro viejos lobos de mar se llamaban Zinzin, Dorat (el capitán Dorat, Bagatelle y Chanlieu (el bribon de Chanlieu).
Naturalmente, habían navegado todos los mare, habían conocidomil aventuras y ahora, ya retirados, pasaban su tiempo contándose historias espantosas.
Únicamente el capitán Michel no contabanunca nada. Y como no parecía asombrarse en absoluto de lo que escuchaba, su actitud termino por exasperar a los otros,que le dijeron:
-¡ah, capitán Michel! ¿a ud nunca le sucedieron historias espantosas?
-si – respondió el capitán quitándose la pipa de la boca – si, me sucedió una, una sola.
-¡y bien, cuentela!
-¡no!
-¿Por qué?
-porque es demasiado espantosa. Uds no podrían comprenderla.Muchas veces intente contarla, pero todo el mundo se iba antes del final.
Los otros cuatro viejos lobos de mar estallaron en carcajadas, y declararon queel capitán Michel buscaba un pretexto para no contar nada porque en el fondo nunca le había sucedido nada.
El capitán Michel los miro un instante y luego, decidiéndose de repente, coloco su pipa sobre la mesa. Ese gesto extraño eraya, por simismo, aterrador.
* “señores – comenzó – voy a contarles como perdi mi brazo. En esta época (hace unos veinte años) yo poseía en el Mourillon una pequeña villa que había recibido como herencia, pues mi familia ha habitado largo tiempo este país y yo mismo naci en el. Disfrutaba tomandome un reposo, entre dos largos viajes, en aquella casucha. Por otra parte amaba el lugar, donde vivía en paz entreel vecindario, poco modesto, de gente de mar y de coloniales, aquienes, veíamos raramente, tan ocupados estaban casi siempre fumando opio tranquilamente con sus amiguitos, o bien en otras tareas que no me concernían… pero, ¿no es cierto?, cada uno tiene sus habitos, y, mientras no estorbaran los mios,no tenia nada que pedir…
Justamente una noche estorbaron la costumbre que yo tenia de dormir. Unsimular tumulto, de cuya naturaleza fue imposible darme cuenta, me despertó, sobresaltado. Mi ventana, como siempre, había quedado abierta y yo escuchaba, atontado, una especie de ruido prodigiosoque estaba entre el rodar del trueno y el sonar del tambor. ¡pero que tambor! Se ubiera dicho que doscientos palillos rabiosos golpeaban no una piel de asno, sino un tambor de madera… madera…
Y aquelloprovenía de la villa de enfrente, deshabitada después de cinco años y en la cual yo había vito el dia anterior el cartel que rezaba: En venta.
Desde la ventana de mi habitación, en el primer piso, mi mirada, pasando por sobre el muro del jardincillo que rodeaba a esa villa, podía ver todas las puertas y las ventanas, incluso las de la puerta baja. Estaban todavía cerradas, tal como las había vistodurante el dia. Solo que, por los intersticios de los postigos dela planta baja, se percibía la luz. ¿Qué clase de gente se había introducido en aquella aislada vivienda, en el extremo del Mourillon? ¿Qué sociedad había penetrado en aquella propiedad abandonada,para realizar que clase de Sabbat?
El singular ruido del trueno y tambor de madera no cesaba. Duro una buena hora mas y después, comoapuntaba la aurora, la puerta de la villa se abrió y de pie, en el umbral, apareció la criatura mas graciosa que yo hubiera visto en mi vida. Estaba con traje de noche y, con un encanto perfecto, sostenía una lámpara, suyo resplandor iluminaba sus hombros de diosa. Lucia una bella y tranquila sonrisa mientras decía estas palabras, que oi perfectamente en la noche sonora:
-¡adios mi querido amigo,...