La Cenicienta En San Francisco

Páginas: 30 (7309 palabras) Publicado: 3 de agosto de 2015
La Cenicienta En San Francisco
(CUENTO)

.......... Así que cuando Garth Winslow y Suzie Sun sacaron la guitarra del desvencijado armario, y Winslow se escupió las manos y afinó un minuto después la guitarra tocando un prístino "la" en la primera cuerda, y Suzie no hacía otra cosa que humedecerse los labios que la fláccida cerveza americana había secado al fluir entre sus dientes, y todoparecía indicar que el asunto iba a andar bien, y que Winslow estaba dispuesto a poner patas abajo el mundo y estacionar el corazón en su justo lugar, y después de cantar esos blues y canciones mexicanas no cabía duda que entraría airoso en el cuerpo de Suzie Sun descargando su amor al mundo acumulado en las pácificas noches de Roble Road, sobre la meseta de Berkeley, y sería recibido amablemente, me dívuelta hacia Abby, que agujereaba una lata de la sucia cerveza Blue Star, y le dije en un perfecto y natural inglés que "bueno". Este bueno indicaba a la mano de Abby, que ahora extendía sus delgados dedos sobre mi mano y los oprimía haciéndome sentir la fragilidad de sus huesos, que aceptaba ir con ella hacia la escalera de servicio del edificio, treparla, embromar a los pacíficos vecinos quereposaban de sus tiernas actividades en sincopado y ruidoso diálogo sobre las almohadas con los crujidos de sus apolillados escalones y alcanzar así a lo que ella llamaba con sugerente voz el attic y que resultó ser, cuando estuvimos arriba, un mugriento y adorable entretecho igual al de mi tía en su casa de tres pisos en Santiago. Solo que aquí tú veías la bahía de San Francisco, y cuando la nocheempezaba, la noche clara de San Francisco, si entrecerrabas los ojos y mirabas por la ventanilla, que tuviste que limpiar pasándole los dedos para lograr una visibilidad aceptable, la multitud de coches que atravesaban el puente que une la península con Okland y Berkeley, donde esa misma tarde me había echado una despanzurrada siesta en la casa de J. L. Stevenson (echa pedazos y poblada de perrospulguientos que René Deans amamantaba con maternal ternura, la misma de J. Stevenson, el cochino pirata del que me había tragado una tarde de infancia en Antofagasta su "Isla del Tesoro"), parecía un movimiento de cosas como estrellas, lagartos luminosos, gigantes reptiles que hicieron bien a mi alma. Y después le hicieron mal, porque evoqué con una especie de extraña intensidad una leyenda mapucheque dice que aquel niño que ve una noche por primera vez luciérnagas sobre las matas de maqui y la segunda vez parece no saber lo que las inquietas vibraciones luminicas del aire significan, no las reconoce como luciérnagas, hijas de dioses opacos y subterráneos, no tardará la muerte en enredarlo, y generalmente es una crecida del río, y el cuerpo flotando golpeando contra las ramas quebradas dela ribera, o la casa desierta y la madre, sin una mueca en el rostro, esperando meses que el hijo baje de los cerros, el hijo que ella sabe reposa en las visceras de un puma que se lo ha almorzado sin asco, o petrificado, cercano al volcán, tallado en la nieve de la majestuosa montaña que nos dio por baluarte el señor. Y eso fue lo que hizo mal a mi maldita alma, porque San Francisco me teníacogido en su enigma, en su ciudad de muerte, nutriendo su bestial heroísmo de misterio, de las luces arrancadas al enigma por la gente que se ama silenciosamente, sin hacer alardes, demasiado sabios para tirar a la broma la vida.
.......... Saqué los ojos del puente y me dí vuelta hacia Abby que me miraba concentrada, pensando quizás qué diantres era lo que me pasaba por la cabeza que me hacíaparpadear con las cejas fruncidas y meterme distraído los dedos en las narices y rascarme los pelillos interiores, hasta sacar algunos y limpiármelos sobre el pantalón. Intenté ver si en la habitación había algún diván, o una alfombra o cualquier cosa blanda sobre la cual echar a Abby para que no se ensuciara cuando me echase encima y le contara cierto secreto con el aliento y la alegría de un cuerpo...
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