La Ciudad De La Furia

Páginas: 48 (11796 palabras) Publicado: 30 de mayo de 2012
Pablo Zuppi

La ciudad de la furia

granAldea EDITORES

Capitulo 1

“Me verás volar por la ciudad de la furia, donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos.”
En la Ciudad de la Furia, Gustavo Cerati.

Buenos Aires, diciembre de 1999

Tarde de perros. Sobre las calles de una Buenos Aires cargada de almas vacías, el calor se adueñaba de la esperanza y la lluvia dibujaba pesadillas,como en la Biblia. Pero puertas adentro de la Iglesia de San Miguel, un edificio pequeño comparado con las torres que lo rodeaban en pleno centro porteño, el incienso y las velas impregnaban el aire con el perfume dulzón de los antiguos templos, ofreciendo algo más que paz y silencio. Gabriel pisó aquella iglesia después de mucho tiempo, persignándose de manera casi inconsciente. La tormenta lohabía sorprendido como una bendición inesperada, capaz de desanimar a los primeros calores del verano. Cuando sus ojos claros se acomodaron a la penumbra, un sinfín de recuerdos le cayeron encima. Una infancia lejana y llena de secretos. Algo de su niñez lo había estado esperando, como una sanguijuela que se alimentaba de sus recuerdos, escondida en las paredes de un templo que, por su edad, parecíaahora mucho más pequeño. La iglesia era un jardín gris y doloroso para Gabriel, un lugar espinoso impregnado del pasado que hubiese preferido olvidar, si acaso eso hubiese sido posible. Una mujer de unos sesenta años levantó la cabeza y lo miró apenas un instante, para volver a su rosario; mientras, otra se arrodillaba tímidamente ante el confesionario, pretendiendo asumir culpas de las que no searrepentía. Las ignoró, caminando bajo los arcos de granito de la galería, por la derecha, hasta alcanza las primera fila de bancos vacíos. Allí, el cada vez
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más viejo y canoso párroco lo miraba desde el infinito, sin interrumpir la monocorde letanía de una oración: "... llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres...". Más arriba, laimagen de un ángel con los brazos abiertos logró arrebatarle a Gabriel una sonrisa. Cansado de sí mismo y de sus recuerdos, recorrió las caras de los fieles congregados esa tarde. Eran pocos, para qué negarlo; y se perdió en sus miradas. El eco de unos pasos conocidos lo obligó a girar la cabeza. El mismo hombre que lo había reprendido tantas veces en su niñez volvía a la carga. Sus ojos escondíanemoción y reproche en idénticas medidas. –Te estábamos esperando... hace mucho. León te buscó por todas partes. Algunas cosas nunca cambian, pensó Gabriel, y estrechó entre sus brazos al padre Francisco, evitándole mostrar las lágrimas que brotaban de sus ojos. Tras ellos, las puertas de la parroquia se abrieron para dejar salir a quienes regresaban a sus hogares, hombres y mujeres satisfechos yade haber cumplido un ritual en el que la costumbre tenía mucho más peso que la fe. –¿La reunión ya empezó? –preguntó Gabriel conociendo la respuesta. –¿No acabás de llegar y ya querés irte? Es temprano, los otros no llegaron todavía... ¿Tanto te aburren mis charlas, que después de tanto tiempo, ya te le estás escapando a este viejo decrépito? –¿Dijiste viejo? –El espejo no miente, mocoso... ¿Dóndeanduviste? Gabriel no supo responder aquella pregunta. El párroco atendió a su silencio y cambió de tema con la comprensión de quien lleva vividos más años que el resto. La charla aceleró los relojes y el tiempo se escurrió entre preguntas y respuestas menos dolorosas. Las cosas en la iglesia no habían cambiado, sobraban los problemas económicos y la gastada espalda del cura apenas soportaba lashoras de pie en misa. La intimidad se quebró cuando un nuevo visitante entró en San Miguel. Sin quitarse la capucha, Azrael recorrió los mismos pasos que el muchacho, y ensayó un saludo al encontrarse con los únicos dos ocupantes, bajo la bóveda gris de un recinto silencioso. Una mueca apenas, rígida, sin interés, se pintó en su rostro.
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El azabache de su piel y...
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