La cloaca
Estaba confuso al espabilarme, enaquel ambiente tan desconocido como insólito y advertir un entorno húmedo iluminado por, sucias lámparas alejándose, fuegos fatuos sin aparente final.
El rocede algún ser viscoso, en la entrepierna, me obligó a dar un salto a modo de voltereta sacudiendo el bajo de mi pantalón.
Un empedrado me separaba de unriachuelo maloliente en el que flotaban multitud de objetos. Opté por seguir la senda espectral que dibujaban las luminarias. El recorrido me resultaba monótono ymientras avanzaba afluentes transversales me obligaban a elegir entre dos caminos posibles; adelante, a la derecha, adelante o a la derecha.
Vagas imágenescomenzaron a brotar de mi memoria: la mugrienta barra de algún establecimiento olvidado, la corriente de un perezoso ventilador sobre mi cabeza, un camarero rechonchoenvuelto en su ajado delantal frente a una fila de vasos que con pereza situaba en un anaquel, al fondo una mesa esquinada y unos ojos observando, un sórdido yresbaladizo callejón en el que repicaba el sonido de la lluvia, unos pasos a mi espalda… después nada.
La confusión me asfixiaba al no tener certeza delporque, como o donde me encontraba.
Lancé un alarido desesperado devuelto por aquel interminable intestino en el que estaba preso.
Una fría sensación erizó mipiel: la ciudad me había devorado.
José Ignacio Lacuesta Ceberio. Español. Cincuenta y nueve años. Avenida Sant Narcís, 30 -5-2- 17005 Girona. lacucebe@gmail.com
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