la concha de tu hermana
Flambeau, como verdadero filósofo, no tenía ningún propósito para sus vacaciones; pero tenía, como verdadero filósofo, un pretexto. O más bien, tenía un semipropósito, y lo tomaba lo bastante en serio para que su éxito -si lo lograba- fuera la corona de sus vacaciones, y lo bastante en broma para que su fracaso -si tal acaecía- no echara a perder las vacaciones. Hacíaalgunos años, cuando fue el Rey de los Ladrones y la figura más notable de París, solía recibir extraños mensajes de aprobación, denuncias y hasta declaraciones de amor, pero uno de estos mensajes, entre todos, sobrevivía en su memoria. No era más que una tarjeta de visita, metida en un sobre que llevaba el sello de Correos de Inglaterra. En el dorso de la tarjeta, escrito en francés y con tintaverde, se leía: «Si alguna vez se retira usted y se vuelve persona honrada, venga usted a verme. Tengo deseos de conocer a usted, porque he conocido a todos los grandes hombres de mi época. Esta jugada de usted de coger a un detective para arrestar por medio de él a los demás, es la escena más espléndida de la historia francesa.» Y en el anverso de la tarjeta, con elegantes caracteres grabados,aparecía este nombre: «Príncipe Saradine, Casa Roja, Isla Roja, Norfolk.
Flambeau no había vuelto a acordarse del príncipe, y sólo sabía que, en su tiempo, aquel hombre llegó a ser la actualidad mundana más brillante de toda la Italia meridional. Según aseguraban, en su juventud se había fugado con una mujer casada, de su mismo mundo, y aunque, en tal ambiente, semejante aventura notenía nada de inusitado, produjo una gran impresión por la tragedia a que dio lugar: el suicidio del marido injuriado, que, según parece, se arrojó por un precipicio de Sicilia. El príncipe se fue entonces a vivir a Viena por algún tiempo, pero se aseguraba que después se pasó la vida en continuos y agitados viajes. Y cuando también Flambeau, al igual del príncipe, huyó de la celebridad europea y seestableció en Inglaterra, se le ocurrió hacer una visita de sorpresa al ilustre desterrado de los Broads de Norfolk. Cierto que no estaba seguro de dar con el sitio, harto insignificante y pequeño. Pero a la postre lo descubrió, y mucho antes de lo que se figuraba.
Una tarde amarraron el barco a una ribera llena de matojos y árboles podados. Tras las fatigas del mucho bogar, elsueño se apoderó de ellos muy temprano y, por lo mismo, despertaron al otro día antes de amanecer. Sobre ellos, sobre el bosque de arbustos, paseaba una ancha luna de limón, y el cielo tenía un vivo tinte violeta, nocturno, pero luminoso. Ambos se acordaron de su infancia, de aquella era fantástica y misteriosa en que los montones de hierba se nos figuran bosques profundos. Al destacarse sobre el discode la luna, las margaritas silvestres parecían margaritas gigantes, y los amargones, amargones gigantes. Y ambos, contemplando esto, recordaban las cenefas del papel que tapizaba los muros del aposento infantil. La profundidad del lecho del río los hundía lo bastante entre las raíces de los arbustos y plantas para que la hierba les resultara muy alta.
-¡By Jove! -exclamó...
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