la condenada

Páginas: 8 (1853 palabras) Publicado: 23 de agosto de 2013
La condenada
Catorce meses llevaba Rafael en la estrecha celda. Tenía por mun¬do aquellas cuatro paredes de un triste blanco de hueso, cuyas grietas y desconchaduras se sabía de memoria; su sol era el alto ventanillo, cru¬zado por hierros; y del suelo de ocho pasos, apenas si era suya la mitad, por culpa de aquella cadena escandalosa y chillona, cuya argolla, in¬crustándose en el tobillo,había llegado casi a amalgamarse con su carne.
Estaba condenado a muerte, y mientras en Madrid hojeaban por última vez los papelotes de su proceso, él se pasaba allí meses y meses enterrado en vida, pudriéndose como animado cadáver en aquel ataúd de argamasa, deseando como un mal momentáneo, que pondría fin a otros mayores, que llegase pronto la hora en que le apretaran el cuello, terminando todo deuna vez.
Lo que más le molestaba era la limpieza; aquel suelo, barrido to¬dos los días y bien fregado, para que la humedad, filtrándose a través del petate, se le metiera en los huesos; aquellas paredes, en las que no se dejaba parar ni una mota de polvo. Hasta la compañía de la suciedad le quitaban al preso. Soledad completa. Si allí entrasen ratas, tendría el consuelo de partir con ellas laescasa comida y hablarles como buenas compañeras; si en los rincones hubiera encontrado una araña, se habría entretenido dome sticándola.
No querían en aquella sepultura otra vida que la suya. Un día, ¡cómo lo recordaba Rafael!, un gorrión asomó a la reja cual chiquillo travieso. El bohemio de la luz y del espacio piaba como expresando la extrañeza que le producía ver allá abajo aquel pobre seramarillento y flaco, estremeciéndose de frío en pleno verano, con unos cuantos pa¬ñuelos anudados a las sienes y un harapo de manta ceñido a los riñones. Debió de asustarle aquella cara angustiosa y pálida, con una blancura de papel mascado; le causó miedo la extraña vestidura de piel roja, y huyó, sacudiendo sus plumas como para librarse del vaho de sepultura y lana podrida que exhalaba la reja.
Elúnico rumor de la vida era el de los compañeros de cárcel que paseaban por el patio. Aquellos, al menos, veían cielo libre sobre sus cabezas, no tragaban el aire a través de una aspillera; tenían las piernas libres y no les faltaba con quien hablar. Hasta allí dentro tenía la des¬gracia sus gradaciones. El eterno descontento humano era adivinado por Rafael. Envidiaba él a los del patio, considerandosu situación como una de las más apetecibles; los presos envidiaban a los de fuera, a los que gozaban libertad; y los que a aquellas horas transitaban por las calles, tal vez no se considerasen contentos con su suerte, ambicionan¬do ¡quién sabe cuántas cosas!... ¡Tan buena que es la libertad!... Mere¬cían estar presos.
Se hallaba en el último escalón de la desgracia. Había intentado fugarseperforando el suelo en un arranque de desesperación, y la vigi¬lancia pesaba sobre él incesante y amenazadora. Si cantaba, le impo¬nían silencio. Quiso divertirse rezando con monótono canturreo las oraciones que le enseñó su madre y que sólo recordaba a trozos, y le hicieron callar. ¿Es que intentaba fingirse loco? A ver, mucho silencio. Le querían guardar entero sano de cuerpo y espíritu para que elverdu¬go no operase en carne averiada.
¡Loco! No quería serlo; pero el encierro, la inmovilidad y aquel rancho escaso y malo acababan con él. Tenía alucinaciones; algunas noches, cuando cerraba los ojos, molestado por la luz reglamentaria, a la que en catorce meses no había podido acostumbrarse, le atormentaba la estrafalaria idea de que durante el sueño sus enemigos, aquellos que querían matarley a los que no conocía, le habían vuelto el estómago al revés; por esto le atormentaba con crueles pinchazos.
De día pensaba siempre en su pasado; pero con memoria tan ex¬traviada, que creía repasar la historia de otro.
Recordaba su regreso al pueblecillo natal, después de su primera campaña carcelaria por ciertas lesiones; su renombre en todo el distrito, la concurrencia de la taberna de...
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