La Conjura De Los Necios

Páginas: 525 (131183 palabras) Publicado: 9 de abril de 2012
John Kennedy Toole
La conjura
de los necios
Traducción de
J.M. Alvarez Flórez y Angela Pérez
Edición electrónica: gerosuarez
Corrección:oz_siam
Editorial Anagrama
Barcelona
Cuando en el mundo aparece un verdadero
genio, puede identificársele por este signo:
todos los necios se conjuran contra él.
Johnathan Swift
«THOUGHTS ON VARIOUS SUBJECTS,
MORAL AND DIVERTING»
THE EARL OFLOUISIANA
UNO
Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era
como un globo carnoso. Las orejeras verdes, llenas de unas grandes orejas y
pelo sin cortar y de las finas cerdas que brotaban de las mismas orejas,
sobresalían a ambos lados como señales de giro que indicasen dos direcciones
a la vez. Los labios, gordos y bembones, brotaban protuberantes bajo el tupido
bigote negro yse hundían en sus comisuras, en plieguecitos llenos de reproche
y de restos de patatas fritas. En la sombra, bajo la visera verde de la gorra, los
altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás
oersonas que esperaban bajo el reloj junto a los grandes almacenes D. H.
Holmes, estudiando a la multitud en busca de signos de mal gusto en el vestir.
Ignatius percibióque algunos atuendos eran lo bastante nuevos y lo bastante
caros como para ser considerados sin duda ofensas al buen gusto y la
decencia. La posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología y
de geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma
misma del sujeto.
Ignatius vestía, por su parte, de un modo cómodo y razonable. La gorra
de cazador le protegíacontra los enfriamientos de cabeza. Los voluminosos
pantalones de tweed eran muy duraderos y permitían una locomoción
inusitadamente libre. Sus pliegues y rincones contenían pequeñas bolsas de
aire rancio y cálido que a él le complacían muchísimo. La sencilla camisa de
franela hacía innecesaria la chaqueta, mientras que la bufanda protegía la piel
que quedaba expuesta al aire entre lasorejeras y el cuello. Era un atuendo
aceptable, según todas las normas teológicas y geométricas, aunque resultase
algo abstruso, y sugería una rica vida interior.
Cambiando el peso del cuerpo de una cadera a otra a su modo pesado y
elefantíaco, Ignatius desplazó oleadas de carne que se ondularon bajo el tweed
y la franela, olas que rompieron contra botones y costuras. Una vez
redistribuido el pesode este modo) consideró el gran rato que llevaba
esperando a su madre. Consideró en especial el desasosiego que estaba
empezando a sentir. Parecía que todo su ser estuviera a punto de estallar,
desde las hinchadas botas de ante, y, como para verificarlo, Ignatius desvió
sus ojos singulares hacia los pies. Los pies parecían hinchados, desde luego.
Estaba decidido a ofrecer la visión deaquellas botas hinchadas a su madre
como prueba de la desconsideración con que le trataba. Al alzar la vista, vio
que el sol empezaba a descender sobre el Mississippi al fondo de la Calle
Canal. El reloj de Holmes marcaba casi las cinco. Ignatius estaba puliendo ya
unas cuantas acusaciones cuidadosamente estructuradas, destinadas a inducir a
su madre al arrepentimiento o, por lo menos, a laconfusión. Tenía que
mantenerla en su sitio.
Su madre le había llevado al centro en el viejo PIymouth, y mientras
ella iba a ver al médico por su artritis, Ignatius había comprado en Werlein's
unas partituras musicales para su trompeta y una cuerda nueva para el laúd.
Luego, había entrado en la sala de juegos de la Calle Royal para ver si habían
instalado alguna máquina nueva. Le decepcionó el quehubiera desaparecido
la máquina de béisbol. Quizá la estuvieran reparando. La última vez que jugó
con ella, el bateador no funcionaba y, tras cierta discusión, el encargado le
había devuelto el dinero, pero los clientes habían sido tan ruines como para
comentar que la había roto el propio Ignatius a patadas.
Concentrándose en el destino de la máquina de béisbol en miniatura,
Ignatius...
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