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EL SUEÑO
DE LA CIUDAD PERDIDA
JOSÉ MARÍA LATORRE

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Dirección editorial: Elsa Aguiar
Coordinación editorial: Berta Márquez
Diseño de la colección: Estudio SM

© José María Latorre, 2007
© Ediciones SM, 2007
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LA CIUDAD DE LOS INMORTALES
Mi padre creía en la existencia de una fabulosa ciudad
a la que las leyendas dan el nombre de Corilcone y que, según ellas, se encuentra en algún lugar de la selva amazónica brasileña. Ese nombre y esa creencia me acompañaron como una sombra durante buena parte de mi infancia
y mi adolescencia, antes y después de que mi padre,movido por su espíritu aventurero, nos dejara a mi madre y
a mí para emprender por su cuenta la búsqueda de Corilcone, que se había convertido en su particular Eldorado.
Y aunque, siempre según antiguos escritos, en esa ciudad
mítica había tesoros suficientes para fundar un imperio,
supe desde el primer momento que el objetivo perseguido
por mi progenitor no era conseguir las piedras preciosasy
el oro, sino hacer frente al reto de encontrar ese lugar legendario, cuyos habitantes, se decía, habían llegado a vivir
más de dos siglos; eso explica que en algunas tribus del
Amazonas la llamaran «la ciudad de los inmortales». Poco
después de su marcha, también me enteré de que yo había sido el responsable de que mi madre no le hubiera
acompañado como en anteriores viajes: mis ocho años7

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de edad les impedían llevarme con ellos a vivir y no quisieron dejarme al cuidado de un tutor, ni internarme en
un colegio.
Todavía conservo, tan vivos como si fueran de ayer a
pesar de que desde entonces han transcurrido trece años,
y con ellos tantas cosas, los recuerdos de los primeros meses que siguieron a la marcha de mi padre,quien nos había prometido describirnos a su regreso un mundo de prodigios. Al principio hizo numerosas llamadas telefónicas
que mamá atendía sonriente, pero a las pocas semanas comenzaron a escasear y fueron sustituidas por unas cartas
cada vez más breves y espaciadas, escritas con letra apresurada, casi ilegible, en las que explicaba los avances de
sus investigaciones sobre Corilcone y lospreparativos
para su expedición a la selva; hasta que dejamos de recibir
sus noticias. Luego no hubo más que un profundo silencio
prolongado durante meses y años que las pesquisas de mi
madre no lograron romper, el cual instaló en nuestra casa
una atmósfera triste, luctuosa, como yo no había conocido.
No sé si sería a causa del amor que mi madre sentía
por mi padre, pero no recuerdo haberle oídoni un reproche dirigido a él durante todo ese tiempo, y sí, a menudo,
la convicción de que papá había encontrado esa ciudad
buscada.
–Es seguro que ha dado con ella –solía comentar algunas noches, con la mirada vidriosa–. Si no tenemos noticias suyas, es porque algo poderoso se lo ha impedido.
–¿Quieres decir que papá está muerto? –le pregunté la
primera vez que lo dijo.
Las lágrimas...