La dama
–¡Cassandra! –grito Susana, una señora bajita de mediana edad, el cabello corto, rizado y rubio, tenía unas finas facciones, pero su actitud le empeoraba toda la belleza que poseía naturalmente; ella era una delas tantas enfermeras que hacían sus días un poco más perturbadores. – ¡Son las cuatro de la mañana, vuelve aquí! – le dijo con una voz irritada mientras salía al jardín con uno de los enfermeros, unhombre voluptuoso, que se acercó a la muchacha aun yacida en el jardín del recinto y la levanto como si de una pluma se tratase, trasladándola a su cuarto.
El bochorno de su dormitorio le golpeó elrostro, se sentía aterradoramente vacía y sola, y al abrir los ojos, se sintió más melancólica y deshecha que minutos antes. Vio a Susana entrar de mala gana a la habitación mientras le suministrabaalgún líquido de componentes desconocidos para ella, y cayó en letargo hasta el día siguiente.
Horas más tarde, cuando el medicamento dejó su organismo, Cassandra se encontraba recorriendo los pasillos delaislamiento, con su escaso y azabache cabello cubriéndole el rostro y su bata de hospital, su delgado y encorvado cuerpo, sus manos huesudas que simulaban sostener algo y, a ratos, se acariciaba elpelo como si espantara algún insecto que rondaba por allí, se dedicaba a husmear las habitaciones con algún individuo a quien fastidiar.
– Cassandra –la llamo Ingrid, lo cual fue una serendipia. Ellase encontraba en la sala de descanso, con muchas más féminas jugando al póker, o por lo menos, eso intentaban. Ingrid es una señora regordeta de 56 años aproximadamente, con el ceño fruncido en...
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