La democratización del bienestar
Por JUAN CARLOS TORRE y ELISA PASTORIZA
* Agradecemos la valiosa colaboración de Hernán Lerena en la realización de este capítulo.
Al contemplar las multitudes que ocuparon las calles de Buenos Aires el 3 de julio de 1933 para despedir los restos del ex presidente Hipólito Yrigoyen, el escritor nacionalista Federico Ibarguren formuló un sombríovaticinio, recogido en su libro Breviario político:
“El entierro de Yrigoyen llevado a cabo ayer me ha sugerido las siguientes reflexiones personales. Fue un lúgubre candombe, extraordinariamente pintoresco a los ojos del observador. Orgía de instintos, desde la superstición inverosímil hasta el fanatismo de todo calibre. Tropa desatada de primitivos, turba sin origen. Parecía como si elespectáculo de la muerte para aquella comparsa fuera una fiesta dionisíaca y ancestral [...] Lo que se puede decir con certeza, después de ver el espectáculo de la turbamulta suelta en el entierro de Yrigoyen, es que para el país se acerca, sin duda alguna, la hora de las masas”.
Cuando el 17 de octubre de 1945 la hora de las masas finalmente llegó de la manode otro caudillo popular, la sorpresaprimero y la condena después dominaron la actitud del mundo político porteño. La crónica de la movilización peronista se detuvo sobre detalles que comportaban una ruptura respecto de lo que cabía esperar de una manifestación obrera; tal fue el caso de La Capital del 18 de octubre:
“La mayoría del público que desfiló en las más diversas columnas por las calles lo hacía en mangas de camisa. Viose ahombres vestidos de gauchos y a mujeres de paisanas [...] muchachos que transformaban las avenidas y plazas en pistas de patinaje, y hombres y mujeres vestidos estrafalariamente, portando retratos de Perón, con flores y escarapelas prendidas en sus ropas y afiches y carteles. Hombres a caballo y jóvenes en bicicleta, ostentando vestimentas chillonas, cantaban estribillos y prorrumpían en gritos”.Todo en esta descripción, por lo demás bastante generalizada, apuntaba a resaltar cuánto tenía de inesperado y a la vez de transgresor la multitud del 17 de octubre. En lugar de marchar encolumnados, entonando los tradicionales himnos de clase y siguiendo las reglas tácitas del decoro proletario, los hombres y mujeres que venían de los suburbios avanzaban sobre la Plaza de Mayo en medio de unaatmósfera festiva y carnavalesca. Para La Vanguardia, el periódico del Partido Socialista, éstos no podían ser auténticos obreros:
“Los obreros, tal como siempre se ha definido a nuestros hombres de trabajo, aquellos que desde hace años han sostenido y sostienen sus organizaciones gremiales y sus luchas contra el capital; los que sienten la dignidad de las funciones que cumplen y, a tono conellas, en sus distintas ideologías, como ciudadanos trabajan por el mejoramiento de las condiciones sociales y políticas del país, no estaban allí”.
Según este periódico, era inconcebible que esa clase obrera diera el espectáculo de “una horda, de una mascarada, de una balumba, que a veces degeneraba en murga”. Y terminaba preguntándose: “¿Qué obrero argentino actúa en una manifestación endemanda de sus derechos como lo haría en un desfilede carnaval?”. Respondiendo a esta pregunta retórica los comunistas, por su parte, se apresuraron a decretar desde las páginas de Orientación que “los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron ayer las calles de la ciudad no representaban a ninguna clase de la sociedad argentina”.
Como los socialistas y los comunistas, en la jornada deoctubre muchos más buscaron refugio en los viejos reflejos cívicos a fin de exorcizar a los nuevos demonios populares que había entrevisto Federico Ibarguren en el entierro de Yrigoyen y que ahora venían a tomar posesión de Buenos Aires, interrumpiendo las grandes comuniones políticas porteñas. Los mítines por la Guerra Civil Española, los festejos de la liberación de París, por fin, la Marcha...
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